La escalada bélica entre Irán e Israel vuelve a poner en el centro del debate internacional la pregunta que muchos analistas se hacen: ¿tiene Irán la fuerza militar suficiente para derrotar a Israel? ¿O, más realista aún, cuánto tiempo puede durar esta confrontación antes de que ambos opten por un acuerdo? La respuesta no es sencilla, pues la guerra actual refleja tanto las fortalezas como las limitaciones de ambas potencias.

Irán, una fuerza militar consolidada

Irán ha logrado, en los últimos años, consolidar un aparato militar robusto, situándose en el puesto 14 del ranking global de potencia militar, superando a Israel, que ocupa la posición 17. Con un presupuesto en defensa cercano a los 10 mil millones de dólares, la República Islámica mantiene un ejército de 610.000 efectivos y 450.000 reservistas de la milicia basiyí. Además, dispone de un arsenal considerable: 551 aeronaves, 129 helicópteros, 2.000 tanques, 100 activos navales y 20 submarinos.

Sin embargo, uno de sus mayores activos reside en su capacidad de misiles balísticos, considerada la más desarrollada de la región. A esto se suma el uso intensivo de drones como el Shahed-136, diseñado para evadir sistemas de defensa antiaérea y generar un desgaste económico en el enemigo al obligarlo a utilizar misiles antiaéreos costosos para neutralizar objetivos de bajo coste.

La primera ofensiva: ataques a instalaciones de inteligencia

En su última ofensiva, Irán atacó centros estratégicos en Israel, incluyendo instalaciones del Mossad y del AMAN (inteligencia militar israelí), logrando superar, en algunos casos, las defensas antiaéreas israelíes. Los daños en Herzliya, con cráteres de varios metros de profundidad, expusieron vulnerabilidades en el sofisticado sistema defensivo israelí.

Este ataque fue la respuesta directa a los bombardeos israelíes contra instalaciones nucleares iraníes, particularmente el complejo de Natanz y la planta de Fordow, esta última protegida bajo una montaña, inaccesible para el armamento convencional israelí.

La apuesta israelí: destruir el programa nuclear

Israel ha dejado claro que su objetivo es eliminar el programa de enriquecimiento nuclear iraní. Pero carece de la capacidad tecnológica para destruir Fordow por sí solo, pues no posee las llamadas «bombas antibúnker» estadounidenses necesarias para destruir instalaciones subterráneas de máxima profundidad.

La estrategia israelí, por tanto, se orienta a desmantelar la infraestructura nuclear indirectamente: atacando científicos, altos mandos militares y el aparato energético iraní, esperando que el desgaste económico y militar obligue a Teherán a negociar la limitación de su programa.

Irán resiste con su fuerza militar y juega al desgaste

Por su parte, Irán muestra resiliencia. Aunque ha sufrido impactos militares, mantiene el control interno, reservas significativas de misiles y la moral política intacta. El gobierno iraní aún ve viable su estrategia de sobrevivir, causar daños a Israel y preservar su programa nuclear como símbolo de resistencia nacional.

Este escenario sugiere que, en el corto plazo, la rendición iraní es improbable. Nadie ondea aún banderas blancas en Teherán.

El factor Trump: árbitro final del conflicto

Mucho depende ahora del presidente Donald Trump. Aunque hasta el momento ha preferido la vía negociadora, su administración dispone de los medios militares —bombas antibúnker y aviones especializados— para intervenir si Irán decide acelerar su camino hacia la bomba nuclear.

Trump podría optar por intervenir si se ve obligado por un giro iraní más agresivo, pero por ahora parece inclinado a aprovechar los avances de Israel para presionar diplomáticamente a Teherán, esperando concesiones sin un enfrentamiento directo.

¿Cuánto puede durar el conflicto?

Los analistas coinciden en que esta guerra no terminará en cuestión de días. La falta de incentivos claros para frenar la escalada y el historial de enfrentamientos prolongados, como la guerra Irán-Irak que duró ocho años, sugiere que un eventual acuerdo podría demorarse semanas, meses o incluso años, dependiendo de la capacidad de resistencia de Irán y la presión sostenida de Israel y sus aliados.

Mientras tanto, la comunidad internacional observa con preocupación la posibilidad de una expansión regional del conflicto, que podría arrastrar a actores globales y desestabilizar aún más un Oriente Medio ya profundamente polarizado.