El alto al fuego entre Israel y Hamás fue recibido con alivio en un territorio que lleva meses respirando polvo y muerte. Se anunció como un paso hacia la paz, con la liberación de rehenes y prisioneros, la entrada de ayuda humanitaria y el retiro parcial de las tropas israelíes. Sin embargo, mientras los organismos internacionales hablaban de reconstrucción, desde Washington surgía otra idea, mucho más turbia.

Donald Trump, en declaraciones recientes, describió a Gaza como un lugar “fenomenal”, con playas maravillosas y un clima perfecto. Dijo que se podían hacer “cosas fantásticas” allí. No habló de escuelas, hospitales ni viviendas para quienes sobrevivieron a los bombardeos, sino de hoteles y oportunidades. En su visión, la Franja podía renacer convertida en un resort.

El espejismo de la reconstrucción

Las imágenes de un supuesto Trump Gaza Beach, generadas por inteligencia artificial, mostraban a Trump y Netanyahu tomando el sol frente a un mar de palmeras y torres doradas. En ese video, publicado en febrero de este año, los escombros desaparecían y los niños corrían felices entre avenidas nuevas. Era un sueño empresarial construido sobre el silencio de los muertos.

Detrás de la idea de “reconstrucción” se esconde otra palabra que rara vez se pronuncia: negocio. Gaza fue arrasada con más de 85.000 toneladas de explosivos. El 60 por ciento de sus edificios quedó destruido. Más de 67.000 personas perdieron la vida. Para los especuladores, ese desierto urbano no representa una tragedia, sino una oportunidad.

Trump sugirió trasladar a los gazatíes a Egipto o Jordania, mientras calificaba el territorio como “limpio” y listo para un nuevo comienzo. Es la misma lógica que convirtió antiguas zonas de guerra en parques temáticos del capital. Primero se borra la memoria, luego se ofrece la postal.

El turismo sobre las ruinas de Gaza

Convertir Gaza en destino vacacional no es solo una ofensa moral. Es la síntesis de un modelo económico que convierte el sufrimiento en mercancía. Cada bomba abre espacio para un nuevo proyecto. Cada desplazamiento masivo despeja el terreno para otra inversión.

Los gobiernos que promovieron la guerra ahora presentan la reconstrucción como acto de generosidad. Pero no reconstruyen para los palestinos. Lo hacen para quienes pueden pagar una habitación con vista al Mediterráneo. En ese futuro imaginado no hay espacio para los desplazados, solo para turistas que llegan con cámaras y tarjetas de crédito.

La estética del lujo reemplaza la del dolor. Lo que ayer fue campo de refugiados mañana será campo de golf. El discurso de la paz se convierte en herramienta publicitaria.

El negocio perfecto

El capitalismo de guerra siempre gana. Destruye con una mano y firma contratos con la otra. En Gaza, esa lógica se muestra desnuda. Los mismos actores que financiaron la maquinaria bélica ahora se presentan como salvadores dispuestos a “reconstruir”.

Trump no necesita gastar tropas ni justificar invasiones. Israel pone los muertos, Estados Unidos provee las bombas y los inversores esperan el momento adecuado para comprar ruinas baratas. Lo que queda de Gaza es un territorio expropiado dos veces: primero por la guerra, luego por el mercado.

El alto al fuego no trajo descanso, sino la sospecha de un nuevo saqueo. La paz, convertida en eslogan, ya tiene precio por metro cuadrado.