Decenas de embarcaciones civiles, agrupadas en la Flotilla Global Sumud, navegan hacia Gaza con el objetivo de entregar ayuda humanitaria directa a una población asfixiada por el bloqueo israelí. El convoy, que reúne a activistas, parlamentarios y figuras públicas de más de cuarenta países, se ha convertido en símbolo de resistencia global. La presencia de personalidades como Greta Thunberg refleja que este esfuerzo trasciende fronteras ideológicas y generacionales.
Buques militares europeos entran en juego
Los ataques con drones que sufrieron algunas embarcaciones en aguas internacionales cerca de Grecia forzaron una reacción inédita: España e Italia desplegaron buques de guerra para escoltar la flotilla. Madrid envió el Furor, un Buque de Acción Marítima preparado para operaciones de rescate, mientras Roma ordenó a dos fragatas sumarse a la misión. El gesto diplomático tiene un doble mensaje, por un lado proteger a sus ciudadanos y reafirmar el derecho a la libre navegación en el Mediterráneo.
Italia, sin embargo, intentó desviar el rumbo del convoy, proponiendo que la ayuda se descargara en Chipre y fuese gestionada por la Iglesia católica. La iniciativa fue rechazada por los activistas, quienes insisten en entregar los suministros directamente a Gaza. Para ellos, aceptar intermediarios es perpetuar un bloqueo que consideran criminal.
Voces desde la Flotilla Global Sumud
El diputado español Juan Bordera define la misión como un “sueño colectivo contra un genocidio retransmitido en directo”. A su lado, el argentino Juan Carlos Giordano enfatiza que la ayuda debe llegar a comités palestinos y ONG locales, sin filtros israelíes. La brasileña Mariana Conte va más allá, al acusar a Israel de utilizar el hambre y la especulación inmobiliaria como armas de guerra y asegura que la flotilla encarna la responsabilidad de la sociedad civil cuando los gobiernos fallan.
Los testimonios comparten como denominador común la convicción de que los riesgos personales son pequeños frente al sufrimiento de un pueblo sometido a bombardeos, hambre y desplazamiento. “No somos mártires ni héroes, pero ponemos el cuerpo porque el pueblo palestino ya no puede esperar”, resume Giordano.
Israel endurece su postura
Tel Aviv ha advertido que no permitirá el desembarco. Acusa, sin pruebas, a los organizadores de vínculos con Hamás y tilda la misión de “yihadista”. La retórica se combina con la memoria de antecedentes violentos. En 2010, comandos israelíes mataron a diez personas al abordar el barco turco Mavi Marmara. Desde entonces, la sombra de nuevas tragedias acompaña cada intento de romper el bloqueo marítimo.
La narrativa oficial israelí choca con los informes de la ONU y de organizaciones de derechos humanos que acusan al Estado hebreo de cometer genocidio en Gaza. Expertos internacionales sostienen que el cerco, unido a los bombardeos sistemáticos, busca la destrucción deliberada de un pueblo.
Un genocidio a la vista del mundo
Las cifras son devastadoras. Desde octubre de 2023, más de 66.000 palestinos han muerto, en su mayoría mujeres y niños, mientras que los heridos superan los 160.000. A esto se suma una crisis alimentaria sin precedentes: 440 personas han muerto por desnutrición en menos de dos años. El hambre se ha convertido en arma de guerra, y hospitales y escuelas han sido reducidos a escombros bajo la ofensiva israelí.
El contraste es brutal. Mientras Israel defiende su derecho a la seguridad tras el ataque de Hamás en 2023, la comunidad internacional contempla cómo se acumulan pruebas de crímenes de lesa humanidad. El bloqueo no solo priva de alimentos y medicinas, también deshumaniza a un pueblo entero.
La Flotilla Global Sumud, una batalla por la dignidad
La Flotilla Global Sumud no pretende resolver por sí sola la emergencia, pero sí abrir un corredor humanitario y visibilizar la urgencia. Sus organizadores insisten en que no se trata de un gesto simbólico, sino de un grito colectivo que reclama a los Estados asumir responsabilidades.