El sector inmobiliario alcanzó los 393,3 billones de dólares, en 2024. La cifra lo sitúa por encima del valor conjunto de la renta variable, la deuda soberana y corporativa e, incluso, el oro. Para dimensionar esta magnitud basta un dato: todo el oro extraído en la historia apenas equivale al 5% del valor del sector inmobiliario global.
El peso del ladrillo como refugio de valor no es nuevo, pero los últimos informes lo confirman con más fuerza que nunca. Pese a un retroceso interanual del 0,5%, la resiliencia del sector se impone en un contexto de altos tipos de interés, inflación persistente y tensiones geopolíticas.
China y Estados Unidos marcan el pulso del sector inmobiliario
El mapa inmobiliario global está altamente concentrado. China lidera con el 23,5% del valor residencial mundial, seguida muy de cerca por Estados Unidos (20,7%). La desaceleración china explica en gran medida la caída registrada en 2024: la corrección de precios y el exceso de oferta impactaron sobre el promedio mundial.
El resto del top 10 –Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, Canadá, Australia, Corea del Sur e Italia– concentra junto a las dos potencias el 71% del valor total. En otras palabras, diez países marcan el destino de un mercado que condiciona la estabilidad financiera y económica a escala global.
Sectores que se mueven a distinto ritmo
El inmobiliario no es monolítico. El segmento residencial, con sus 286,9 billones de dólares, sigue siendo el núcleo del mercado, aunque cayó un 2,7% el último año. En contraste, el sector terciario (oficinas, comercios, servicios) creció un 4,1%, hasta alcanzar los 58,5 billones.
Un caso particular es Estados Unidos, donde la inversión en manufactura y la tendencia a la relocalización de la producción impulsaron la construcción y adquisición de activos vinculados al terciario. La otra cara la ofrece el suelo agrícola, que escaló hasta los 47,9 billones de dólares tras subir un 7,9%. La combinación de escasez de tierras y mayor demanda de alimentos explica este repunte.
El sector inmobiliario frente a otros activos
Si se compara con otros mercados, la dimensión inmobiliaria resulta aún más impactante. La deuda global se sitúa en 144,8 billones, la renta variable en 125,7 billones, y el PIB mundial ronda los 110,5 billones. El real estate es, con diferencia, el motor más grande de riqueza en el planeta.
Ese predominio tiene un doble filo. Por un lado, garantiza estabilidad en el largo plazo. Por otro, convierte cualquier crisis inmobiliaria en una amenaza de contagio sistémico, como quedó demostrado en 2008.
Fundamentos sólidos, incertidumbres coyunturales
Los analistas coinciden en que los fundamentos del sector se mantienen firmes. La urbanización, el crecimiento poblacional y la necesidad de infraestructura sostendrán la demanda en el largo plazo. Sin embargo, el corto plazo plantea desafíos, como los tipos de interés altos, tensiones en las cadenas de suministro y la incertidumbre macroeconómica presionan a los mercados más sensibles, en particular el residencial.
Un motor de desarrollo global
El mercado inmobiliario no solo representa un valor patrimonial. También es un motor de desarrollo económico, pues genera empleo, dinamiza cadenas productivas y condiciona decisiones de inversión pública y privada. En un mundo cada vez más digital, el ladrillo sigue siendo un ancla física de la economía.
A corto plazo, el desafío será gestionar la volatilidad de los precios y el impacto de las políticas monetarias. A largo plazo, la conclusión es inequívoca. El sector inmobiliario seguirá siendo el activo de mayor valor en el mundo y un termómetro de la salud económica global.