Los mercados viven una paradoja inquietante. Por un lado, las pantallas muestran optimismo, pero los fundamentos tiemblan. Esa es la advertencia que el Fondo Monetario Internacional (FMI) lanzó en su más reciente Informe de Estabilidad Financiera. Según el organismo, el planeta navega sobre un mar de riesgos acumulados mientras el mercado de divisas —donde se mueven más de 10 billones de dólares cada día— se vuelve cada vez más impredecible.
La incertidumbre geopolítica ha escalado a niveles inéditos. La invasión rusa en Ucrania, los bombardeos en Gaza, la rivalidad entre Washington y Pekín y el resurgir de fuerzas ultraderechistas en Europa forman un cóctel que multiplica la aversión al riesgo. En este contexto, los inversores buscan refugio en el dólar, aunque el propio billete verde ha sufrido sacudidas recientes tras las políticas comerciales de Donald Trump, que desataron volatilidad global.
Divisas en el ojo del huracán
El FMI observa cómo los tipos de cambio fluctúan con mayor violencia y los costos de cobertura se disparan. El dólar, tradicional refugio, sigue atrayendo capitales, pero el aumento de los diferenciales cambiarios y de la demanda de activos seguros está creando tensiones estructurales. La institución advierte que una escalada en la incertidumbre puede provocar contagios hacia otros activos: bonos, acciones e incluso derivados complejos.
Esa fragilidad no se distribuye de manera uniforme. Los países con elevados niveles de deuda pública o exposición en múltiples monedas son especialmente vulnerables. Un incremento en los costes de financiación puede desencadenar reacciones en cadena y endurecer las condiciones financieras globales.
El avance silencioso de la banca en la sombra
Uno de los focos de preocupación del FMI es la expansión de las instituciones financieras no bancarias —la llamada banca en la sombra—, cuya actividad ya supera en Estados Unidos más del doble de los activos del sistema bancario tradicional. Fondos de inversión, hedge funds y vehículos de capital privado participan cada vez más en las transacciones cambiarias y en la gestión del riesgo, aportando liquidez en tiempos normales, pero amplificando la fragilidad en momentos de tensión.
El FMI advierte que esta red paralela, menos regulada y más propensa al apalancamiento, puede convertirse en un acelerador del contagio financiero. Lo que comenzó como un mecanismo para diversificar riesgos está transformándose en un canal que los multiplica.
La deuda como detonante potencial según el FMI
Mientras las bolsas se mantienen en máximos históricos, el endeudamiento soberano avanza sin freno. Países como Estados Unidos, Francia o Reino Unido acumulan déficits crecientes y deben ofrecer tipos de interés más altos para atraer a los inversores. Esa dinámica, advierte el Fondo, podría elevar aún más el costo del crédito y agravar los desequilibrios fiscales. En las economías emergentes, donde los márgenes fiscales son estrechos, los diferenciales de los bonos soberanos se amplían, encareciendo el servicio de la deuda.
El sector privado tampoco escapa. Aunque los tipos de interés globales comienzan a descender, muchas empresas medianas continúan asfixiadas por deudas contraídas en años de dinero barato. Los impagos crecen, y algunas recurren a estrategias de diferimiento de pagos que solo posponen el problema.
Un equilibrio precario
El FMI resume la situación con una imagen potente: una aparente calma que podría romperse de la noche a la mañana. La desconexión entre la volatilidad contenida y la magnitud de los riesgos acumulados podría dar paso a un ajuste brusco y desordenado. Bastaría un nuevo shock geopolítico, una crisis de deuda o una corrección abrupta en las bolsas para que el optimismo se transforme en pánico.
Por ahora, los mercados siguen bailando. Pero el FMI recuerda que, como en toda fiesta financiera, el riesgo más grande no es la música, sino el silencio que llega cuando esta se detiene.