En la España que ajusta cada céntimo a su clase media, el gobierno mantiene intacto un oasis fiscal para quienes llegan de fuera. La llamada Ley Beckham, bautizada así por el futbolista inglés que inauguró el privilegio cuando fichó por el Real Madrid en 2003, vuelve a ocupar el centro del debate económico con las nuevas reformas que entraron en vigor.

La paradoja es evidente. Mientras los españoles tributan hasta un 47% de su renta bajo un sistema progresivo, los recién llegados con altos ingresos pagan un 24% fijo y solo por lo que ganan dentro del país. El resto —sus inversiones, dividendos y rentas en el extranjero— permanece fuera del radar de Hacienda.

El régimen del talento o del privilegio

Oficialmente, el “régimen especial para trabajadores desplazados” nació para atraer a profesionales cualificados y fortalecer la competitividad de España frente a otros destinos europeos. La Ley de Startups de 2022 (Ley 28/2022) amplió el abanico de beneficiarios. Ahora incluye a emprendedores, nómadas digitales, científicos y directivos de empresas innovadoras.

El argumento es seductor: atraer talento, fomentar la innovación, impulsar la inversión extranjera. En la práctica, sin embargo, el régimen se ha convertido en un salvoconducto fiscal para quienes pueden permitirse cambiar de país.

En 2025, la reducción del requisito de no residencia de diez a cinco años se convirtió en una de las reformas más relevantes del régimen. Antes, un profesional extranjero —o incluso un español que hubiera vivido fuera— debía esperar una década sin ser residente fiscal en España para poder acogerse a la Ley Beckham. Con el nuevo marco, basta con cinco años.

Esta modificación amplía notablemente el número de potenciales beneficiarios. Permite que españoles que emigraron por razones laborales regresen con ventajas fiscales y facilita que ejecutivos, emprendedores o nómadas digitales establezcan su residencia fiscal en el país sin grandes obstáculos. La medida, defendida por el gobierno como una forma de “recuperar talento y atraer inversión”, refuerza la competitividad de España frente a otros países europeos.

Pero la rebaja del umbral temporal también ha encendido el debate sobre la equidad fiscal. Al flexibilizar tanto el acceso, el régimen deja de ser un incentivo excepcional y se convierte, en la práctica, en una puerta abierta a beneficios reservados a quienes ya disfrutan de altos ingresos.

Una alfombra fiscal de dos velocidades con la Ley Beckham

El contraste fiscal entre residentes y recién llegados ha generado un malestar creciente. Según el Observatorio Fiscal de la Unión Europea, España deja de recaudar millones de euros cada año por las ventajas otorgadas a los impatriados. Los beneficiarios, además, disfrutan de una exención total del modelo 720, lo que les evita declarar sus bienes en el extranjero.

Para los críticos, el sistema institucionaliza una “fiscalidad de dos velocidades”: una para los españoles, otra para los que aterrizan con capital o contratos internacionales. El debate ya no se centra solo en la atracción de talento, sino en la equidad del modelo tributario.

Mientras Hacienda vigila con lupa a los autónomos nacionales y endurece el control de pequeños negocios, los nuevos residentes fiscales —a menudo ejecutivos de multinacionales— disfrutan de previsibilidad y protección.

Startups, nómadas y el espejismo de la modernidad

La expansión de la Ley Beckham a los nómadas digitales ha sido vendida como una medida de modernización económica. España quiere posicionarse como hub tecnológico y atraer a profesionales extranjeros del sector digital, apoyándose en visados simplificados y una fiscalidad amable.

Sin embargo, detrás de ese discurso de apertura late un modelo económico desigual. Muchos de esos nuevos residentes trabajan para empresas que tributan fuera de España, alquilan viviendas en zonas saturadas y elevan los precios del mercado inmobiliario. El talento llega, sí, pero sus beneficios fiscales se quedan en una élite globalizada que rara vez se integra en el tejido productivo local.

En cambio, los españoles con igual cualificación pagan más, compiten por el mismo espacio y reciben menos incentivos. Como analizamos en nuestro artículo por qué los millonarios huyen ahora de España, la política fiscal se ha vuelto un campo de contradicciones: se castiga la renta nacional mientras se corteja al capital extranjero.

Un espejo fiscal del país que va más allá de la Ley Beckham

La España de 2025 se observa en su espejo tributario: una sociedad fragmentada entre contribuyentes nacionales sobrecargados y recién llegados blindados por ventajas fiscales.

La Ley Beckham simboliza esa tensión. Lo que nació como un instrumento para atraer talento se ha transformado, para muchos, en una expresión de desigualdad institucional. En un país donde el debate fiscal se mezcla con el descontento social, la pregunta ya no es si España debe atraer talento extranjero, sino a qué precio y para quién.