Hasta hace poco, la imaginación colectiva situaba a Japón o a Estados Unidos como líderes indiscutibles en robótica. Sin embargo, los últimos datos de la Federación Internacional de Robótica muestran un cambio irreversible: China concentra ya más robots en sus fábricas que el resto del mundo junto. En 2024 instaló cerca de 300.000 nuevas unidades, cuatro veces más que la Unión Europea y casi nueve veces más que Estados Unidos. Su parque activo supera los dos millones de máquinas, un salto que reconfigura la economía global.
La clave está en que Pekín no solo compra robots, sino que los produce. El 57% de los equipos instalados en su territorio ya son de fabricación local. Así, el país no se limita a importar tecnología, sino que avanza hacia la autosuficiencia y fija precios y estándares que marcan el ritmo mundial.
Estrategia de Estado sobre robots y músculo financiero
Este liderazgo no nació por generación espontánea. Desde 2015, con el plan “Made in China 2025”, el gobierno chino apostó por reducir su dependencia tecnológica en sectores críticos. La robotización ocupó un lugar central. En 2021 reforzó la estrategia con un plan específico para multiplicar la instalación de robots industriales.
El soporte financiero fue decisivo. Los bancos estatales ofrecieron préstamos blandos, el Estado incentivó la compra de compañías extranjeras y abrió la puerta a adquisiciones estratégicas. El resultado ha sido un ecosistema empresarial robusto que hoy exporta robots y compite de igual a igual con Japón o Alemania.
Robots invisibles, impacto tangible
Aunque la prensa suele deslumbrarse con humanoides como Optimus o Figure, la revolución china está en otra parte. Son los brazos robóticos de soldadura, ensamblaje y manipulación los que sostienen esta transformación silenciosa. En la automoción, en la industria electrónica y hasta en el procesamiento de alimentos, estos equipos reducen tiempos, elevan la precisión y abaratan costes.
La inteligencia artificial añade una capa más. En muchas plantas chinas, algoritmos de visión y predicción supervisan procesos, detectan fallos y anticipan averías. La automatización deja de ser una herramienta puntual para convertirse en el sistema nervioso de la fábrica.
Talento humano en tensión
El despliegue masivo también destapa una paradoja: la máquina depende de las manos que la instalan y mantienen. China ha formado a decenas de miles de técnicos en robótica e ingeniería eléctrica, pero la demanda supera a la oferta. Los salarios de instaladores rondan ya los 60.000 dólares anuales, una cifra elevada para los estándares chinos. Este cuello de botella no es exclusivo: se trata de un reto global que condiciona la velocidad de la transición.
Las fronteras del poder robótico
El dominio chino aún enfrenta límites. Aunque fabrica un tercio de los robots del mundo, sigue dependiendo de semiconductores avanzados y sensores de alta precisión importados de Japón y Alemania. Esa dependencia marca la frontera entre una potencia capaz de producir en masa y una capaz de liderar la innovación de gama alta.
Además, los humanoides, pese al entusiasmo de startups como Unitree, siguen siendo experimentales. La verdadera batalla tecnológica se libra en los componentes invisibles que definen la calidad y autonomía de los robots.
Un impacto que trasciende fronteras
El efecto de esta robotización masiva es profundo. Al reducir costes de producción, China puede vender más barato en los mercados internacionales, reforzando su ventaja competitiva. En paralelo, su influencia redefine la cadena de suministro global, desde los precios hasta los estándares de calidad.
Los informes de la IFR proyectan que el crecimiento continuará. Este 2025 podrían instalarse 575.000 nuevos robots en todo el mundo y superar los 700.000 en 2028. Asia seguirá acaparando la mayoría de esas cifras, con China en el centro.
¿El futuro con los robots ya llegó?
La pregunta ya no es si China dominará la robótica industrial, sino cuánto tiempo mantendrá esa supremacía. Con más de dos millones de robots activos, una política industrial agresiva y un mercado interno gigantesco, Pekín marca la pauta del futuro fabril. El resto del planeta observa, consciente de que la próxima década se jugará en un tablero donde las fábricas estarán cada vez menos habitadas por personas y más por máquinas que no descansan.