El turismo vuelve a ser el laboratorio de reformas económicas en Cuba. En medio de una crisis de liquidez sin precedentes, el Gobierno ha decidido abrir una puerta hasta ahora cerrada: el alquiler de hoteles estatales a compañías internacionales. No se trata de simples contratos de gestión, como los que existían desde los años noventa, sino de un modelo que transfiere el control operativo a las cadenas, con autonomía para decidir inversiones, salarios y estrategias comerciales.
Una señal al mercado
El primer experimento se concretará el 1 de enero de 2026 en el hotel Iberostar Origin Laguna Azul, en Varadero. La operación marca un cambio simbólico en la estructura turística cubana: por primera vez, un establecimiento propiedad del Estado será gestionado con plena independencia empresarial.
Fuentes del sector lo interpretan como una señal al mercado. En un país donde las divisas escasean y la deuda externa presiona, el Gobierno busca oxigenar sus finanzas con ingresos directos por arrendamiento y, al mismo tiempo, incentivar una mejora en la calidad del servicio, deteriorada tras años de rigidez burocrática.
Una economía que necesita aire
El turismo sigue siendo uno de los tres pilares de captación de divisas junto a las remesas y los servicios profesionales. Sin embargo, los números muestran un declive profundo: 1,8 millones de visitantes previstos en 2025, lejos de los 4,7 millones de 2018, cuando la isla vivió su auge.
La comparación con otros destinos del Caribe es dolorosa. Mientras Cancún y Punta Cana baten récords pospandemia, Cuba permanece rezagada, afectada por el déficit energético, la reforma monetaria y las sanciones de Estados Unidos. Los hoteles se llenan menos, los vuelos se reducen y la ocupación ronda apenas el 21% en el primer semestre del año.
Ante ese panorama, el alquiler de hoteles aparece como un intento de atraer divisas sin endeudamiento. La fórmula es sencilla en apariencia: el Estado cobra una renta en moneda fuerte y las cadenas extranjeras asumen el riesgo operativo. Pero detrás de esa ecuación se juega algo más que un experimento financiero: se redefine el equilibrio entre el control estatal y la eficiencia empresarial.
España, el socio natural
Las cadenas españolas —Meliá, Iberostar, Roc, Valentín, Sirenis— son las mejor posicionadas para beneficiarse del nuevo esquema. En conjunto, administran más de 21.000 habitaciones en Cuba, lo que convierte a la isla en su tercer mercado mundial en capacidad.
Estas empresas han soportado años de restricciones para fijar precios, importar suministros o pagar salarios competitivos. El nuevo modelo les permitirá, por primera vez, ofrecer remuneraciones propias, decidir sobre inversiones y rediseñar la oferta gastronómica o de servicios sin esperar autorizaciones ministeriales. En otras palabras, una autonomía empresarial inédita en el turismo cubano.
Alquiler de hoteles, reformar sin privatizar
El Gobierno insiste en que no se trata de privatización, sino de “arrendamientos temporales” dentro de un marco estatal. Pero la línea es difusa. Si las experiencias piloto resultan exitosas, el modelo podría extenderse a decenas de hoteles, con negociaciones individualizadas y sin tarifas estándar.
Esta flexibilidad —inusual en la planificación centralizada cubana— revela un reconocimiento implícito: el sistema actual ya no puede sostener la industria turística sin inyección externa. El reto será mantener el equilibrio entre apertura y soberanía, en un sector históricamente ligado a las finanzas del Estado y controlado por conglomerados vinculados a las Fuerzas Armadas.
Un viraje que podría marcar época
El arrendamiento hotelero no resolverá por sí solo la crisis de divisas, pero puede modificar la lógica económica de la isla. Si las cadenas logran aumentar la rentabilidad y la reputación de los hoteles, el flujo de visitantes podría mejorar y con ello los ingresos fiscales.
Más que un simple contrato, el movimiento sugiere el inicio de un nuevo pacto económico entre Cuba y la inversión extranjera: menos control político, más pragmatismo financiero. En un país acostumbrado a moverse con cautela, abrir las puertas al alquiler de hoteles puede ser el paso más audaz en años.