En América Latina, ver bien sigue siendo un privilegio para millones. La región alberga a unos 64 millones de personas con pérdida de visión evitable, entre ellas tres millones de niños y más de 30 millones de adultos en edad laboral. Las cifras revelan una crisis silenciosa: una falla visual no atendida no solo limita la vista, sino también la capacidad de aprender, trabajar y crecer.
Un nuevo estudio de la Agencia Internacional para la Prevención de la Ceguera (IAPB) advierte que invertir en salud ocular no es un lujo médico, sino una estrategia económica inteligente. Entre 2026 y 2030, la región podría restaurar la vista a 20 millones de personas con una inversión conjunta de 922 millones de dólares. El retorno estimado es de casi 28 dólares por cada dólar invertido, con beneficios que superan los 27.900 millones de dólares.
Productividad, educación y bienestar: la triple ganancia de invertir en salud ocular
La salud visual no es solo una cuestión clínica. Es una palanca de desarrollo social. El informe calcula que mejorar la visión en la región elevaría en 22.100 millones de dólares el empleo y la productividad, además de aportar 5.800 millones en ingresos futuros gracias a estudiantes que podrían aprender más y mejor.
Las consecuencias del descuido son igual de contundentes. Un niño que no logra ver la pizarra o leer con nitidez aprende la mitad que sus compañeros. En conjunto, la mala visión provoca la pérdida de 1,2 millones de años de escolaridad cada año en América Latina.
País por país, la oportunidad se multiplica
Los beneficios potenciales se repiten con fuerza en cada país. México, por ejemplo, generaría más de 9.000 millones de dólares en beneficios si invirtiera 268 millones en salud ocular hasta 2030, además de recuperar más de 100.000 años de aprendizaje. Brasil, con una inversión similar, obtendría alrededor de 8.000 millones de dólares y evitaría miles de lesiones y muertes por accidentes de tránsito.
Incluso las economías más pequeñas tendrían resultados impactantes. En Honduras, una inversión modesta de 5,6 millones podría producir casi 80 millones de retorno; en Nicaragua, 4,5 millones invertidos generarían más de 45 millones de beneficios.
Un impacto inmediato y humano
La salud ocular tiene una particularidad: los resultados se ven —literalmente— de inmediato. “Cuando alguien recibe unas gafas, puede ver mejor al instante”, recordaba uno de los autores del estudio. Ese cambio transforma la vida cotidiana: mejora el rendimiento escolar, la autonomía personal y la integración laboral.
Además del beneficio económico, la visión recuperada reduce el sufrimiento humano. Se calcula que una atención visual adecuada evitaría 170.000 casos de depresión y 36.000 lesiones por accidentes viales en la región. Cada par de lentes o cirugía de cataratas es también una puerta abierta a la autoestima y la independencia.
La visión como motor de equidad
Invertir en salud ocular es también una apuesta por la equidad. En las comunidades rurales o empobrecidas, donde la atención médica especializada es escasa, una simple prueba de la vista puede marcar la diferencia entre el aislamiento y la inclusión.
De cara a 2030, los expertos proponen seis iniciativas clave centradas en la detección temprana, el acceso a gafas asequibles, la cirugía de cataratas y la capacitación de profesionales locales. Si se cumplen, América Latina no solo recuperaría millones de miradas, sino también millones de oportunidades.
Mirar hacia el futuro
La pérdida de visión evitable no debería ser un destino, sino una señal de desigualdad que urge corregir. Cada dólar invertido en salud ocular fortalece familias, economías y sueños. En una región donde la vista sigue siendo una deuda pendiente, apostar por la visión es, más que nunca, una inversión en humanidad y desarrollo.