Murió Papa Francisco, y con él termina uno de los pontificados más visibles y discutidos de las últimas décadas. ¿Qué herencia deja?

Murió Papa Francisco, y con él termina uno de los pontificados más visibles y discutidos de las últimas décadas. El Papa que vino “del fin del mundo”, que puso a los pobres en el centro del discurso, que abrazó las periferias y rompió protocolos uno tras otro, se fue dejando un legado complejo. La pregunta inevitable es: ¿qué deja realmente? ¿Una Iglesia renovada o una estructura agotada que dependía más de su figura que de reformas duraderas?

El legado estructural: sinodalidad sin decisiones

Durante su pontificado, Francisco quiso transformar la manera en que la Iglesia se gobierna. Apostó por la sinodalidad, es decir, por una forma de caminar juntos, de debatir, de abrir procesos. Lo intentó convertir en método más que en evento, confiando esta misión al cardenal Mario Grech. Sin embargo, en la práctica, ese proceso tuvo límites muy claros.

Murió Papa Francisco dejando en marcha la creación de diez grupos de trabajo que deberían continuar el camino sinodal más allá de la Asamblea del Sínodo. Un gesto que buscó mantener vivo ese espíritu incluso después de su muerte. Pero hay detalles reveladores: esos grupos excluyen deliberadamente los temas más conflictivos —como el papel de la mujer en el sacerdocio o la pastoral LGBTQ+— y han sido cuidadosamente compuestos. ¿Consenso o contención?

Entre expectativas frustradas y decisiones personalistas

El problema más profundo es que, pese al discurso participativo, murió Papa Francisco siendo aún el único con poder de decisión real. La Asamblea sinodal se pareció más a un parlamento sin mandato, donde se vota, pero no se decide nada sustancial. Las propuestas fueron moderadas, suavizadas, y las voces disonantes —incluso las bien intencionadas— quedaron al margen.

Fuera del Sínodo, las reformas también se gestionaron con fuerte centralismo. Desde los cambios en el Vicariato de Roma hasta las decisiones sobre diplomáticos y dicasterios, todo pasaba por él. Murió Papa Francisco, y muchos en la Curia vaticana todavía no saben si sus cargos siguen vigentes. Todo era temporal, pendiente de su agenda personal.

Polarización interna y fatiga institucional

No es un secreto que murió Papa Francisco dejando una Iglesia dividida. Su figura fue aclamada por unos y resistida por otros. Lo que para algunos fue una apertura, para otros fue desorientación. En lugar de unidad, dejó polarización: entre progresistas e institucionalistas, entre sinodalistas convencidos y fieles desconcertados.

El Vaticano, en ese contexto, ha ido perdiendo peso internacional. La diplomacia vaticana se volvió errática, marcada por declaraciones que el cardenal Parolin —Secretario de Estado— tuvo que salir a explicar más de una vez. La maquinaria institucional se debilitó sin que surgiera una alternativa clara. La figura del Papa lo absorbía todo.

La Santa Sede enfrenta hoy una crisis financiera sin precedentes que podría llevarla a la bancarrota. ¿Sucederá?

El símbolo sin estructura

Murió Papa Francisco, y su legado simbólico es potente: fue el Papa de los gestos, de las sorpresas, de los titulares. Supo conectar con los medios, hablar en un lenguaje llano, romper formalidades. Encarnó un papado emocional, popular, mediático. Pero ese modelo tiene un problema: es intransferible. No deja una estructura duradera. El próximo Papa no hereda su carisma; hereda una organización frágil y un rebaño dividido. La Santa Sede enfrenta hoy una crisis financiera sin precedentes que podría llevarla a la bancarrota. ¿Sucederá?

“Esa es una de las herencias que yo dejaré”

En uno de sus últimos actos públicos, pronunció una frase que captó la atención: «Seguid, seguid, porque esa es una de las herencias que yo dejaré». Hablaba del trabajo de voluntarios en iniciativas sociales. Con ese comentario, casi al pasar, convirtió la obra silenciosa de muchos en parte de su legado personal.

La frase tiene su carga de presunción. Porque no deja de ser llamativo. Murió Papa Francisco, el Papa de la humildad, apropiándose del trabajo ajeno como parte de lo que él “deja”. Como si los hospitales de campaña, los espacios de acogida y las redes solidarias que existían mucho antes de su elección fueran fruto de su visión, y no de la entrega anónima de miles de creyentes.

¿Una herencia deseada?

Así, entre tangos, discursos y gestos cargados de simbolismo, murió Papa Francisco dejando un legado abierto, fragmentado, lleno de tensiones. Una Iglesia que aún no sabe hacia dónde va. Una institución que necesita reencontrar su centro. Una comunidad que, más que herencia, necesita dirección.

Y quizá, lo más honesto sea decir que esta “herencia” no fue pedida por todos. Que habrá que evaluarla, corregirla o incluso dejar parte de ella atrás. Porque si algo quedó claro en este papado es que los gestos no bastan para construir el futuro.