El corazón de la economía digital del siglo XXI no late en Wall Street ni en Shenzhen, sino en los diminutos transistores que alimentan la inteligencia artificial. China y Estados Unidos compiten por dominar un mercado que ya supera los 500.000 millones de dólares y que definirá quién lidera la próxima revolución industrial. El gigante asiático avanza con decisión, pero el terreno sigue inclinado a favor de las tecnológicas estadounidenses. El tiempo, sin embargo, comienza a jugar a su favor.
Huawei desafía a Nvidia
Durante años, Nvidia impuso un monopolio de facto en la computación para IA. Su arquitectura Blackwell domina los centros de datos globales, pero Huawei, con su serie Ascend, ha logrado acortar la distancia.
Según analistas de Alpine Macro, China ha “nivelado parcialmente el campo de juego” en diseño, aunque continúa rezagada en la fabricación de silicio avanzado por su dependencia de la litografía de ultravioleta extremo (EUV), una tecnología que sigue vedada por los controles de exportación de Washington.
Para compensar, Huawei multiplica la cantidad de chips: despliega hasta cinco Ascend por cada GPU de Nvidia para igualar su capacidad de cómputo. El costo energético por unidad es un 50 % mayor, pero el enfoque masivo —basado en cantidad más que calidad— empieza a mostrar resultados.
Litografía, el muro invisible de los chips
El mayor obstáculo de Pekín no es financiero ni humano, sino técnico. Sin acceso a los equipos de litografía de última generación que produce ASML en Países Bajos, la industria china se ve obligada a fabricar chips con métodos DUV, menos precisos.
Esa brecha mantiene a Estados Unidos un paso adelante, aunque cada vez más corto. Analistas estiman que China podría necesitar entre cinco y diez años para alcanzar el nivel de eficiencia y empaquetado que hoy ofrecen los chips de Nvidia.
Mientras tanto, la estrategia de Pekín es pragmática: asegurar el suministro de semiconductores “que la política no pueda quitar”, en palabras del exingeniero Stephen Wu. La consigna combina soberanía tecnológica con una inversión estatal sin precedentes y subsidios energéticos que reducen los costos de producción.
La política como variable del silicio
Las tensiones comerciales vuelven a marcar el ritmo del sector. El presidente Donald Trump ordenó restringir las ventas a China de los chips más avanzados de Nvidia, en un giro que frena temporalmente los ingresos de la empresa californiana —que había perdido el 25 % de su cuota de mercado en Asia—, pero también acelera la independencia tecnológica del gigante asiático.
Pekín, por su parte, prohíbe a las compañías estatales comprar procesadores estadounidenses y promueve alternativas nacionales. El resultado es un ecosistema cerrado, pero cada vez más autosuficiente.
No obstante, el propio Jensen Huang, director ejecutivo de Nvidia, ha reconocido que las restricciones podrían volverse en contra de Washington: “Están a nanosegundos de nosotros. Si bloqueamos el acceso, solo los obligamos a innovar más rápido”.
Energía barata y Estado planificador
China juega con otras cartas. La disponibilidad de electricidad más barata, una red energética más extensa y un modelo estatal que prioriza la seguridad nacional en la asignación de recursos hacen posible que el país escale más rápido que cualquier competidor occidental.
El despliegue masivo de centros de datos, la compra de tierras raras y un posible acuerdo comercial de “tierras raras por silicio” con EE. UU. podrían cambiar las reglas del juego en los próximos años.
Un empate anunciado en la batalla de los chips
A pesar de las restricciones, los expertos coinciden en que la brecha tecnológica se estrecha. Huawei planea duplicar la producción del Ascend 910C el próximo año, mientras empresas como Alibaba, Cambricon o incluso Xiaomi se reincorporan a la carrera. El consenso apunta a un horizonte 2030 en el que la paridad sea factible, no chip por chip, sino a nivel de infraestructura.
Si algo ha quedado claro es que la batalla por los chips ya no se trata solo de ingeniería. Es economía, geopolítica y energía. Y mientras Estados Unidos confía en su liderazgo histórico, China multiplica recursos, subsidios y talento para fabricar el futuro con sus propias manos.
