La decisión de la administración Trump de exigir a Nvidia y AMD un 15% de sus ingresos por la venta de chips en China no es solo inusual: es un cambio de paradigma con consecuencias peligrosas para el comercio y la institucionalidad. El acuerdo, que involucra al H20 de Nvidia y al MI308 de AMD, es fruto de una política que pasó del veto absoluto a la autorización condicionada a un pago millonario al gobierno federal.
En lugar de garantizar un marco de reglas estable, la Casa Blanca ha impuesto un peaje directo, actuando como árbitro, parte interesada y beneficiario. Lo que antes eran restricciones por “seguridad nacional” se ha convertido en una fuente de ingresos, sin claridad sobre el uso de esos fondos ni supervisión legislativa.
Venta de chips, de la seguridad nacional al negocio directo
Hace apenas unos meses, Trump endureció los controles y prohibió incluso los modelos adaptados para China. En julio, revirtió parcialmente esa medida, autorizando ventas de versiones menos potentes y, sobre todo, atando esa luz verde a una transferencia del 15% de ingresos.
Ese porcentaje, lejos de ser simbólico, podría dejar al Tesoro hasta 2.000 millones de dólares. No es casualidad que el presidente ya haya insinuado que, para el chip Blackwell —mucho más avanzado—, la comisión podría subir hasta el 50%. Así, la política exterior y comercial se negocia como una subasta, donde el acceso depende del precio que la Casa Blanca quiera imponer.
Expertos en comercio advierten que esta fórmula podría interpretarse como un impuesto a la exportación, algo prohibido por la Constitución estadounidense. Aunque el gobierno la presenta como un acuerdo voluntario, la realidad es que Nvidia y AMD aceptaron bajo la presión de quedar fuera del mercado chino, valorado en unos 100.000 millones de dólares para la IA este año.
El riesgo de un precedente expansivo
Lo más inquietante no es solo el monto, sino el precedente. La lógica puede replicarse en sectores tan diversos como la automoción, la energía o la tecnología médica. El mensaje es claro: si una empresa quiere comerciar con determinados países, deberá negociar directamente con el poder ejecutivo y pagar por ese privilegio.
Esto rompe con décadas de prácticas comerciales previsibles y transparentes. Se sustituye la regla general por el acuerdo individual, con un alto potencial de arbitrariedad y favoritismo. Es el terreno fértil para el “capitalismo clientelar” que muchos analistas temen: un sistema en el que la cercanía al poder político determina el acceso al comercio global.
Venta de chips, un arma de negociación geopolítica
La administración ha dejado entrever que las ventas de chips podrían usarse como moneda de cambio en acuerdos por tierras raras, donde China tiene dominio casi absoluto. La estrategia mezcla comercio, seguridad y recursos estratégicos, pero lo hace bajo un esquema de beneficio económico directo para el Estado, difuminando la frontera entre política pública e interés fiscal inmediato.
China, entre la crítica oficial y el beneficio real
China ha cuestionado la seguridad y eficiencia del H20, insinuando que podría contener funciones de rastreo o control remoto. Nvidia lo niega, pero el ruido diplomático no ha impedido que empresas chinas sigan interesadas. La producción local de chips avanzados no cubre la demanda, y este pacto reabre un canal de suministro vital para gigantes como ByteDance o Tencent.
El resultado: mientras Washington cobra, Pekín obtiene acceso a tecnología estratégica que hace apenas semanas estaba bloqueada. Es una victoria indirecta para China, que puede seguir desarrollando su IA sin depender exclusivamente de sus propias capacidades industriales.
Empresas atrapadas entre dos fuegos
Nvidia y AMD aceptaron el trato por pragmatismo, no por convicción. Afirman que cumplen las leyes de exportación y que la ciberseguridad es prioritaria, pero el acuerdo deja claro que su margen de decisión es mínimo cuando el poder político actúa como socio forzoso.
El riesgo para estas empresas no se limita al coste inmediato del 15%. La inseguridad regulatoria puede alterar sus proyecciones, minar la confianza de inversores y complicar planes a largo plazo en mercados estratégicos.
Una señal preocupante para el comercio global
El pacto con Nvidia y AMD no es solo un capítulo más en la guerra tecnológica entre Estados Unidos y China. Es una señal de que, en la nueva lógica de Washington, las barreras comerciales pueden convertirse en herramientas de recaudación y negociación política sin frenos claros.
Si este esquema se expande, el comercio internacional podría dejar de ser un terreno regulado por normas multilaterales y pasar a un sistema de transacciones caso por caso, con el riesgo de que la política exterior se convierta en un mercado más. El beneficio inmediato para el Tesoro podría salir caro en legitimidad, previsibilidad y confianza.