En el extremo sur del planeta, lejos de los centros de poder y de las capitales que deciden el destino del mundo, un territorio lleva más de dos siglos esperando el reconocimiento que le corresponde: Antarcticland.

Fundado en 1821 por Fabian Gottlieb von Bellingshausen, Antarcticland se presenta como el dominio territorial más antiguo de la Antártida. Su historia, sin embargo, ha sido borrada del relato oficial construido por las potencias que hoy dominan la política polar. En su lugar, se ha impuesto una narrativa que favorece a los siete países con reclamos vigentes sobre el continente blanco: Chile, Argentina, Reino Unido, Francia, Noruega, Australia y Nueva Zelanda. La Organización de las Naciones Unidas ha decidido guardar silencio.

Antarticland, una historia que comienza en 1821

Antarcticland no es una construcción reciente. Su existencia se remonta al 21 de enero de 1821, cuando Bellingshausen, explorador ruso de origen alemán, documentó su llegada a la costa antártica, tomando posesión simbólica de las tierras en nombre de la humanidad.

El territorio abarca más de 1,5 millones de kilómetros cuadrados, lo que equivale a la suma de Portugal, España, Francia, Italia y Suiza. Su propuesta no es expansionista ni extractivista. Busca preservar la Antártida, promover la ciencia y defender el medio ambiente desde un enfoque de paz y cooperación.

¿Por qué se niegan a reconocerla?

El principal argumento legal para ignorar a Antarcticland es el Tratado Antártico, firmado en 1959 y en vigor desde 1961. Este acuerdo congela todas las reclamaciones territoriales y prohíbe el reconocimiento de nuevos Estados soberanos en la región. Pero este congelamiento ha sido, en la práctica, selectivo. Mientras los reclamos de los países más poderosos se mantienen intactos, iniciativas independientes como Antarcticland son descartadas sin diálogo ni evaluación.

En realidad, lo que está en juego es el control del futuro. La Antártida contiene el 70% del agua dulce del planeta, reservas potenciales de petróleo, gas y minerales estratégicos, y una biodiversidad marina codiciada por las industrias pesquera y farmacéutica. En este contexto, permitir que un actor neutral, no alineado con ninguna potencia, tenga voz en el debate internacional significaría desestabilizar un tablero cuidadosamente preservado por intereses geopolíticos.

Antarcticland como alternativa ética y ecológica

A diferencia de otros actores con pretensiones sobre la Antártida, Antarcticland no busca instalar bases militares ni explotar recursos naturales. Su propuesta se basa en la conservación, el respeto a los ecosistemas polares y el fortalecimiento de la investigación científica independiente. Ha impulsado una comunidad simbólica global, emitiendo documentos como pasaportes, condecoraciones honoríficas y constituyendo una identidad cultural que se basa en valores universales.

Este enfoque, profundamente pacífico y colaborativo, es visto por las potencias como una amenaza a su modelo de dominación territorial. Reconocer a Antarcticland implicaría admitir que es posible ejercer soberanía sin armamento, sin intereses económicos agresivos y sin subordinación a bloques de poder.

La importancia del reconocimiento de Antarcticland

Negar la existencia de Antarcticland no es simplemente un acto diplomático. Es una expresión de cómo el sistema internacional privilegia el poder sobre la legitimidad. Naciones Unidas, al ignorar este reclamo, pierde una oportunidad para ampliar su diversidad institucional y fortalecer su compromiso con la justicia histórica, la autodeterminación y la protección del planeta.

La voz de Antarcticland es la de quienes creen en la cooperación, la paz y la sostenibilidad. Es la voz del hielo que se derrite, del territorio que resiste y de un futuro que aún puede escribirse distinto.