Cuando las primeras explosiones sacudieron Teherán, el mundo volvió a sostener la respiración. No porque el ataque de Israel a Irán fuera una sorpresa —había sido anunciado, planeado y preparado durante semanas—, sino porque nos enfrentamos al inicio de un conflicto potencialmente irreversible. Israel, bajo el amparo del lenguaje de la “defensa preventiva”, ha ejecutado un acto de guerra contra un Estado soberano, eliminando a altos mandos iraníes y atacando su infraestructura nuclear. Y sin embargo, el mundo apenas ha parpadeado.
¿Dónde quedó el derecho internacional ante el ataque de Israel?
Mientras Tel Aviv avanza impunemente sobre Teherán, lo que queda claro es que Israel se ha arrogado el derecho exclusivo a decidir quién puede tener capacidades nucleares en Medio Oriente. El gran cinismo de esta ecuación es que Israel nunca ha firmado el Tratado de No Proliferación y es, según múltiples fuentes, la única potencia nuclear de la región. Pero ataca a Irán por querer lo mismo que ya posee.
La Operación León Naciente, anunciada con aire épico por Benjamin Netanyahu, no solo busca desmantelar capacidades militares iraníes. También pretende reafirmar una supremacía regional basada en el miedo y en la supuesta impunidad. El asesinato del jefe de la Guardia Revolucionaria, Hossein Salami, es una señal: Israel ya no actúa en la sombra. Ahora quiere que lo vean. Que lo teman.
El rol ambiguo de Estados Unidos frente al ataque de Israel
¿Quién podría frenar esta lógica de agresión? En teoría, Estados Unidos. Pero en la práctica, Washington ha demostrado su completa ambivalencia. Donald Trump, ahora en su segundo mandato, afirma que preferiría una solución diplomática, que “le encantaría evitar un conflicto”. Pero permitió que el ataque ocurriera, después de meses de advertencias vagas y gestos inútiles. El secretario de Estado, Marco Rubio, repitió la línea de siempre: “decisión unilateral de Israel”, como si eso lo eximiera de responsabilidad.
Europa, espectadora impotente
El rol de Europa es aún más decepcionante. Bruselas se limita a pedir “moderación” y a reafirmar su fe en el derecho internacional, como si esas declaraciones tuvieran peso alguno en la región. Nadie en Tel Aviv teme una sanción europea. Nadie en Teherán espera un gesto de solidaridad desde Berlín o París. La Unión Europea observa, impotente, como se desmorona cualquier intento de diplomacia multilateral.
La inevitable represalia de Irán frente al ataque de Israel
Irán, por su parte, ya ha prometido una “respuesta fuerte y destructiva”. Y tiene los medios. No es solo la Guardia Revolucionaria: son Hezbolá en Líbano, Hamás en Gaza, las milicias chiíes en Irak y los hutíes en Yemen. El mapa del conflicto se extiende como una mancha de petróleo en el desierto. Israel lo sabe. Pero apuesta por una “escalada controlada”, como si las guerras pudieran tener termostato.
¿Era inevitable este ataque de Israel?
La mayor ironía es que este ataque podría haber sido innecesario. En 2010, el malware Stuxnet —diseñado por EE.UU. e Israel— demostró que se puede sabotear un programa nuclear sin disparar una sola bala. Entonces, ¿por qué recurrir ahora a una guerra convencional? Porque hoy, más que debilitar, Israel quiere humillar. Quiere enviar un mensaje: en Medio Oriente, yo trazo las líneas rojas.
El mundo observa y calla
Y mientras tanto, el mundo observa, anestesiado. ¿Nos hemos acostumbrado tanto a la guerra que ya no nos escandaliza un ataque preventivo contra otro país? ¿Qué pasará cuando Irán responda, y Tel Aviv reaccione, y Estados Unidos se vea obligado a intervenir? ¿Cuánto costará el petróleo entonces? ¿Cuántas vidas, cuántos desplazados, cuántos desplazamientos geopolíticos?
Lo grave no es solo lo que ha hecho Israel. Lo grave es que puede hacerlo, una y otra vez, sin que nadie lo detenga. Sin rendir cuentas. Sin pagar un precio. Tel Aviv se ha convertido en un actor intocable, no por su fuerza, sino por la debilidad de quienes deberían exigirle responsabilidad.