La victoria presidencial de José Antonio Kast marca un punto de inflexión en el debate económico chileno. No solo por el cambio político tras el Gobierno de Gabriel Boric, sino por la radicalidad del enfoque económico que el nuevo presidente electo propone aplicar desde sus primeros meses en La Moneda. Kast llega al poder con una promesa central clara: achicar el Estado con rapidez, reducir impuestos clave y restaurar, según su diagnóstico, las condiciones para el crecimiento económico mediante orden fiscal y disciplina presupuestaria.

El problema, advierten críticos y analistas, no está tanto en los objetivos como en la velocidad, la magnitud del ajuste y la falta de detalles técnicos sobre su implementación.

Un recorte fiscal sin precedentes en el corto plazo

La piedra angular del programa económico de Kast es un recorte del gasto público de 6.000 millones de dólares en un plazo de 18 meses. Se trata de una cifra ambiciosa, incluso inédita, en un país donde el gasto estatal se expandió de forma sostenida tras la pandemia y el estallido social.

Kast ha insistido en que el ajuste no afectará beneficios sociales sensibles como la Pensión Garantizada Universal, un mensaje dirigido a contener temores en sectores populares y de clase media. Sin embargo, el texto de campaña no detalla con precisión qué partidas serán recortadas ni cómo se compensarán los impactos administrativos y laborales de una reducción tan acelerada del gasto.

El énfasis del presidente electo está puesto en reducir lo que denomina “gasto político”, terminar con redes de funcionarios contratados por afinidad y endurecer los controles sobre licencias médicas y empleo público. Para Kast, el problema fiscal no es estructural sino de mala gestión, una lectura que contrasta con diagnósticos más amplios sobre envejecimiento poblacional, salud y pensiones.

Menos impuestos, más mercado, la línea dura de José Antonio Kast

En materia tributaria, Kast propone eliminar las contribuciones a la primera vivienda, una medida popular en sectores urbanos y rurales que sienten la presión del impuesto territorial. La promesa apunta a aliviar el bolsillo de la clase media propietaria, pero también abre un debate sobre el financiamiento municipal, altamente dependiente de estos ingresos.

La lógica es coherente con su visión general: reducir la carga impositiva para estimular inversión privada, dinamizar el mercado inmobiliario y acelerar la construcción. A esto se suma una clara preferencia por la desregulación, especialmente en permisos de edificación y trámites administrativos, vistos por su sector como un freno artificial al crecimiento económico.

En el discurso de Kast, el crecimiento no depende de nuevos pactos fiscales ni de una mayor recaudación progresiva, sino de liberar al sector privado de “amarres ideológicos” y devolverle protagonismo como motor de empleo y riqueza.

Pensiones y Estado mínimo

Uno de los puntos más sensibles de su programa económico es la propuesta conocida como “chao préstamo”, que busca eliminar el aporte obligatorio del 1,5 % al Estado contemplado en la reforma previsional impulsada por el Gobierno saliente. Kast plantea que el ahorro previsional debe permanecer exclusivamente en manos de los trabajadores, reforzando una lógica individualista del sistema de pensiones.

Aunque promete mantener beneficios como la PGU, su enfoque vuelve a colocar al mercado como eje del sistema previsional, con un Estado más acotado y subsidiario. El equilibrio entre sostenibilidad fiscal y suficiencia de las pensiones será uno de los primeros test económicos de su mandato.

Salud, gasto y sector privado en la mira de Kast

En salud, la economía vuelve a cruzarse con la ideología. El llamado Plan Zero propone una derivación masiva de pacientes desde el sistema público al privado para reducir listas de espera, financiado con un ajuste fiscal focalizado. Kast plantea una inversión única de 770 millones de dólares, obtenidos —según su diagnóstico— mediante la reducción del gasto político y la revisión de privilegios laborales en el sector sanitario.

La medida abre interrogantes sobre la sostenibilidad del modelo y el rol futuro del sistema público, pero encaja en su idea central de eficiencia basada en competencia y externalización de servicios.

¿Quién es José Antonio Kast?

José Antonio Kast no es un outsider ni una figura improvisada por el clima electoral. Su llegada a La Moneda es el resultado de una construcción política larga, paciente y deliberada, que comenzó mucho antes de que la palabra “ultraderecha” se normalizara en el debate público chileno. Abogado de formación, Kast inició su carrera política en los años noventa, fue concejal, luego diputado durante cuatro periodos consecutivos y durante gran parte de ese trayecto militó en la Unión Demócrata Independiente, uno de los pilares de la derecha conservadora chilena.

La ruptura con la UDI en 2016 marcó un punto de inflexión. Kast entendió que el espacio político que quería ocupar ya no cabía dentro de la derecha tradicional, cada vez más pragmática y dispuesta a negociar consensos tras el fin de la dictadura. Desde entonces comenzó a construir un discurso propio, más ideológico, más confrontacional y menos dispuesto a concesiones, que terminó cristalizando en el Partido Republicano.

Aprender de las derrotas

Sus dos derrotas presidenciales anteriores, en 2017 y 2021, lejos de debilitarlo, sirvieron para consolidar su base. En la primera, logró instalar su figura en el debate nacional; en la segunda, ganó la primera vuelta en un país sacudido por el estallido social, aunque perdió el balotaje frente a Gabriel Boric. Esa derrota le permitió leer mejor el clima político y ajustar su estrategia sin abandonar el núcleo duro de su ideario. No es casual que mantenga afinidad política con líderes como Javier Milei en Argentina o Jair Bolsonaro en Brasil, con quienes comparte una narrativa de confrontación con el progresismo y una lectura moral del orden económico.

También pesa su historia familiar y política. Kast nunca ha renegado del legado de Augusto Pinochet y ha sostenido, incluso en contextos electorales adversos, una defensa de la dictadura como etapa necesaria del país. Esa postura, lejos de marginarlo, terminó consolidándolo como referente de un sector que se sentía huérfano de representación.

Un experimento económico con costos políticos

La economía de Kast no es ambigua ni gradual. Su propuesta apuesta por un shock de orden, ajuste y desregulación en un país socialmente fragmentado y con altas expectativas de protección estatal. El éxito o fracaso de su programa no dependerá solo de los números, sino de su capacidad para ejecutar el ajuste sin erosionar cohesión social ni estabilidad política.

Chile entra así en una nueva etapa, donde la economía vuelve a ser el principal campo de batalla ideológico. El margen de error será estrecho, y el reloj fiscal ya está corriendo.