Durante 2025, los robots humanoides pasaron de ser una curiosidad futurista a ocupar titulares financieros, ferias tecnológicas y presentaciones corporativas. Para 2026, la conversación ya no gira solo en torno a si llegarán, sino cómo y dónde lo harán.
Los grandes bancos de inversión, como Morgan Stanley, lo dicen sin rodeos. El progreso es real, pero la euforia corre más rápido que la capacidad tecnológica. Detrás de cada vídeo viral de un humanoide bailando hay desafíos que aún no están resueltos, como la autonomía, escalabilidad, costos y fabricación en masa.
La autonomía, el gran cuello de botella de los robots humanoides
Uno de los mensajes más repetidos por los analistas es una advertencia incómoda. Si una demostración no se presenta explícitamente como autónoma, probablemente no lo sea. La teleoperación sigue siendo la norma, no la excepción. Esto no implica fraude ni engaño; es una etapa necesaria para entrenar sistemas y recolectar datos. El problema aparece cuando el mercado confunde entrenamiento con madurez tecnológica.
Pensar en 2026 como el año del robot humanoide completamente autónomo sería, hoy, un error de cálculo. La inteligencia artificial aplicada al cuerpo físico —la llamada IA encarnada— es mucho más compleja que la IA puramente digital. Aquí no basta con procesar datos, sino que hay que entender el entorno, adaptarse a lo imprevisto y ejecutar movimientos con precisión constante.
Buena parte del entusiasmo a corto plazo se apoya en la expectativa de nuevos anuncios, especialmente en torno a Tesla y su proyecto Optimus. La posible presentación de una tercera generación del robot mantiene en vilo a inversores y medios. Para muchas compañías tecnológicas, los humanoides representan un nuevo mercado total direccionable con el que justificar valoraciones infladas por la IA.
Sin embargo, incluso en este escenario optimista, los propios analistas anticipan “oleadas” de entusiasmo seguidas por reajustes. El choque con los límites físicos y económicos es inevitable.
China cruza una línea histórica en los robots humanoides
Donde el discurso empieza a convertirse en hechos es en China. El despliegue industrial de robots humanoides en la planta de CATL, el mayor fabricante de baterías para vehículos eléctricos del mundo, marca un punto de inflexión. No se trata de un piloto ni de un experimento. Es un uso permanente y a gran escala.
Los robots, desarrollados por Spirit AI y conocidos como Xiaomo o Moz, realizan tareas de alto riesgo en estaciones críticas de la línea de montaje. Conectan baterías de alto voltaje, ajustan fuerza y posición en tiempo real y alcanzan tasas de éxito cercanas al 99 %. Trabajan sin pausas y eliminan riesgos físicos para los operarios humanos.
Aquí aparece una diferencia fundamental respecto a muchas demostraciones occidentales. Estos humanoides no bailan ni saludan al público. Trabajan. Y lo hacen en un entorno caótico, cambiante y exigente.
Fábricas, el hábitat natural del humanoide
La industria automotriz china se ha convertido en el laboratorio ideal. Empresas como Changan Automobile, Xpeng, UBTech o Midea están apostando fuerte por estos sistemas. No buscan imitar al ser humano por estética, sino por funcionalidad.
La clave está en la flexibilidad. A diferencia de los robots industriales clásicos, rígidos y especializados, los humanoides pueden adaptarse a múltiples tareas dentro del mismo espacio. Detectan anomalías, ajustan su fuerza y cambian de modo operativo sin detener la producción.
El avance chino también tiene su lado oscuro. Más de 150 empresas trabajan hoy en robótica humanoide en ese país, con casos de uso aún limitados. Las propias autoridades han advertido sobre el riesgo de una burbuja. Para Morgan Stanley, este mensaje es una señal clara de que se acerca una depuración. No todos sobrevivirán al paso del laboratorio al mundo real.
El verdadero debate para 2026 no es cuántos robots humanoides veremos, sino cuántos serán realmente productivos. La distancia entre un robot que impresiona y uno que genera valor sigue siendo grande. Pero ya en algunas fábricas esa distancia empieza, por primera vez, a reducirse.
