Hasta hace poco, Zohran Mamdani rapeaba bajo el nombre de Mr. Cardamom, rimando sobre chapatis, migración y desigualdad. Hoy, a sus 34 años, se ha convertido en el primer alcalde musulmán y surasiático en la historia de Nueva York. Su triunfo, obtenido con más del 50 % de los votos frente al independiente Andrew Cuomo y al republicano Curtis Sliwa, no solo es un hito electoral, sino una declaración política.

Nacido en Uganda, criado en Sudáfrica y formado en el Bronx, Mamdani encarna una biografía global que refleja la diversidad de la ciudad que ahora gobierna. Hijo del reconocido académico Mahmood Mamdani y de la cineasta Mira Nair, creció entre debates sobre justicia social y rodajes que exploraban la identidad. Su historia personal lo conecta con una generación que desconfía de los discursos tradicionales y exige autenticidad.

La campaña improbable que se convirtió en movimiento

Su candidatura comenzó como un acto de fe política. Mamdani, asambleísta estatal por Queens y activista de base, lanzó su campaña con un presupuesto modesto y una idea simple: devolver Nueva York a la clase trabajadora. Prometió congelar los alquileres, hacer gratuitos los autobuses urbanos y crear un sistema de cuidado infantil universal financiado por impuestos a los más ricos.

Las elites del Partido Demócrata lo consideraron un sueño progresista sin recorrido. Pero la calle lo convirtió en un fenómeno. Con miles de voluntarios, donaciones pequeñas y el respaldo de Alexandria Ocasio-Cortez y Bernie Sanders, Mamdani movilizó a una generación desencantada con la política profesional. Sus actos, mitad mitin y mitad asamblea vecinal, parecían conciertos de barrio con consignas antidesaliento.

“Podemos ser libres y alimentarnos”, dijo en su discurso de victoria. Una frase sencilla que resumió una campaña que hablaba más de dignidad que de ideología.

El rival que encarnaba el pasado

Frente a él estaba Andrew Cuomo, el exgobernador demócrata que intentó resucitar su carrera política como independiente. Pero su sombra de escándalos —acusaciones de acoso, autoritarismo, corrupción— lo perseguía. Mamdani no perdió la oportunidad de contrastar estilos. “Nunca tuve que renunciar por infamia”, le espetó durante un debate televisado. La comparación fue letal.

En las semanas previas a la votación, Trump intervino en la contienda calificando a Mamdani de “lunático comunista”. La respuesta del candidato fue inmediata. “Si alguien puede enseñarle a una nación traicionada por Donald Trump cómo derrotarlo, es la ciudad que lo vio nacer”. El enfrentamiento simbolizó la lucha entre dos narrativas sobre el futuro de Estados Unidos.

Un desafío directo al trumpismo

El triunfo de Mamdani llega en un momento de fractura ideológica dentro del Partido Demócrata. Mientras el ala centrista teme que su victoria empuje al partido hacia posiciones que asusten al electorado moderado, el progresismo lo celebra como prueba de que un discurso de justicia económica y racial puede vencer incluso en un clima político adverso.

Para Donald Trump, su victoria en Nueva York —la ciudad que alimentó su mito empresarial— es un golpe simbólico. En su red Truth Social escribió “¡Y así comienza!”, aludiendo a la posibilidad de cortar fondos federales a la ciudad. Mamdani, lejos de moderar su tono, respondió: “Para llegar a cualquiera de nosotros, tendrás que pasar por encima de todos nosotros”.

De las rimas al poder

Detrás del político desafiante persiste el artista que entiende el ritmo de la calle. En sus días como rapero, Mamdani improvisaba sobre desigualdad y esperanza; ahora, su escenario es el Ayuntamiento. Pero su mayor reto comienza recién ahora. Transformar las promesas en políticas viables sin perder la conexión con quienes lo llevaron al poder es un enorme desafío.

Su victoria no solo reescribe la política neoyorquina. Representa una apuesta por un liderazgo distinto, que combina idealismo con arraigo comunitario. En una era donde la política suele parecer un espectáculo vacío, Zohran Mamdani llega con la misión de demostrar que un exrapero también puede dirigir la ciudad que nunca duerme.