En el centro de la economía global no solo se mueven las grandes cifras de comercio, inversión o consumo. También lo hacen los silenciosos equilibrios —y desequilibrios— que giran en torno a la moneda. Hoy, en un mundo en el que la globalización ha dejado de ser una tendencia incuestionable y se debate entre la multipolaridad y el proteccionismo, la moneda adquiere un nuevo valor estratégico, político y geoeconómico.
Las tensiones comerciales, los aranceles, la digitalización financiera y el avance de las criptomonedas están configurando un terreno en disputa: el del dinero como instrumento de influencia internacional. Ya no basta con producir más o exportar mejor; ahora, tener una moneda reconocida globalmente puede marcar la diferencia entre la vulnerabilidad y la autonomía.
El dólar: privilegio y poder de la moneda
Durante décadas, el dólar estadounidense ha ocupado un trono inamovible como principal moneda de reserva y transacción internacional. Esa posición otorga a Estados Unidos un poder financiero sin comparación, permitiéndole financiar déficits comerciales sin consecuencias inmediatas sobre el bienestar interno. ¿Por qué? Porque el mundo entero demanda dólares. Desde bancos centrales hasta empresas multinacionales, todos recurren a la divisa estadounidense para ahorrar, invertir o comerciar.
Esto se traduce en lo que algunos economistas han definido como un “privilegio exorbitante”: la capacidad de emitir la moneda más demandada del planeta y financiarse prácticamente sin límite. Pero este modelo no está exento de tensiones. Las políticas monetarias expansivas, el crecimiento del déficit fiscal y los conflictos comerciales, especialmente con China, ponen en entredicho la estabilidad de ese liderazgo.
China y la apuesta por su moneda, el yuan
En este escenario, China se ha propuesto reconfigurar las reglas del juego. Una de sus prioridades más discretas pero fundamentales es la internacionalización del yuan (renminbi), su moneda nacional. Para Pekín, lograr que el yuan sea usado como moneda de reserva y transacción en el comercio internacional no es solo un objetivo económico, sino una meta geoestratégica. Significa reducir su dependencia del dólar, aumentar su autonomía financiera y consolidar su influencia en Asia, África y América Latina.
Los avances son lentos pero constantes. El yuan ya forma parte de la cesta de monedas del Fondo Monetario Internacional, y acuerdos bilaterales permiten su uso directo en intercambios comerciales con varios países. Además, la creación de plataformas financieras propias, como el sistema de pagos CIPS (una alternativa al SWIFT occidental), refuerza esta intención de construir un ecosistema financiero más autónomo.
Criptomonedas, ¿desafío o complemento?
A esta competencia por el dominio monetario tradicional se suma un actor disruptivo: las criptomonedas. En particular, el bitcoin y otras divisas digitales descentralizadas han abierto un nuevo frente. Su creciente aceptación como medio de pago, y su potencial para escapar a los controles estatales, representa un desafío para los bancos centrales y una oportunidad para actores que buscan sortear sanciones o restricciones.
Estados Unidos, paradójicamente, ha legitimado parcialmente su uso al permitir su circulación en varios contextos, mientras impone normas para su supervisión. Esto genera una aparente contradicción: por un lado, defiende el dólar como pilar de su hegemonía; por otro, facilita la existencia de una moneda paralela que podría erosionar su dominio.
¿Y Europa?
Aunque no sea el foco de este análisis, Europa también juega su partida con el euro, una moneda que representa cerca del 20% de las reservas mundiales. Sin embargo, su papel aún no logra consolidarse como alternativa real al dólar, en gran parte por limitaciones estructurales del bloque y por una política exterior más fragmentada.
¿Un nuevo Bretton Woods?
La creciente fragmentación monetaria, junto a la digitalización acelerada del sistema financiero, hace evidente la necesidad de un nuevo marco multilateral. No se trata solo de evitar guerras comerciales o armonizar aranceles. Es urgente discutir la arquitectura del sistema monetario internacional en un contexto donde el poder ya no es unipolar.
Tal como ocurrió en Bretton Woods en 1944, sería sensato que las potencias económicas actuales —Estados Unidos, China, la Unión Europea, y otros actores emergentes— se sentaran en una mesa para redefinir las reglas. Una negociación que contemple no solo los aspectos monetarios, sino también los flujos financieros, la estabilidad de los intercambios comerciales y el papel de las instituciones internacionales.
El futuro ya no se parece al pasado
Los modelos económicos tradicionales, basados en proyecciones pasadas y herramientas econométricas, ya no bastan. El comportamiento de los mercados es cada vez más imprevisible, afectado por emociones, decisiones políticas inesperadas y tecnologías disruptivas. En este contexto, la inteligencia artificial puede ofrecer nuevas formas de análisis y anticipación.
Pero la herramienta más poderosa sigue siendo la cooperación. En un mundo interconectado, ninguna moneda —ni siquiera el dólar— puede sostener su poder en solitario. Lo que está en juego no es solo quién imprime el dinero más fuerte, sino qué modelo de desarrollo queremos construir.