El mundo ha entrado en una carrera que no se mide en barriles de petróleo ni en metros cúbicos de gas, sino en gigavatios hora. El almacenamiento energético, impulsado por el avance vertiginoso de las baterías, se ha convertido en el nuevo campo de batalla de la transición hacia las energías limpias. En menos de tres años, los sistemas BESS —siglas de Battery Energy Storage Systems— pasaron de ser una promesa tecnológica a una necesidad estratégica para cerrar el ciclo de las renovables y guardar la luz del sol.
La razón es simple y contundente: el sol no brilla siempre y el viento no sopla todo el día. Pero la demanda energética no se detiene. Las baterías permiten capturar el excedente producido en las horas de abundancia y liberarlo cuando el sistema lo necesita, equilibrando la red y reduciendo los precios en los momentos más críticos.
El valor del tiempo en la energía
Más allá del respaldo nocturno o de la estabilidad del suministro, el almacenamiento abre nuevas fuentes de ingresos. Expertos subrayan que las baterías no solo sirven para guardar energía, sino que pueden participar en la regulación de frecuencia, el control de tensión o la recuperación del sistema tras apagones. A ello se suma el llamado revenue stacking, una estrategia que combina la venta de energía almacenada con los pagos por esos servicios adicionales.
Esta lógica explica el auge de los megaproyectos. Los costos de las baterías han caído de forma drástica, las ayudas públicas se multiplican y los inversores huelen la oportunidad. Lo que hace una década parecía futurista, hoy es un negocio en expansión.
Chile, laboratorio del futuro energético con la luz del sol
El desierto de Atacama se ha convertido en el símbolo de esta nueva era. Allí, el proyecto Oasis de Atacama, impulsado por la empresa española Grenergy, levantará una instalación de 11 gigavatios hora de capacidad, una de las mayores del planeta. Más de 1 300 millones de dólares, 12 bancos internacionales y fondos como CVC o KKR participan en la aventura. La magnitud de la inversión revela que Chile, con su abundante luz de sol y viento, se ha consolidado como el mercado más atractivo de América Latina para el almacenamiento energético.
El modelo es tan sólido que ya se replica en otras zonas del país y se exportará a España, donde se proyecta integrar baterías en complejos solares como el de Escuderos, en Cuenca.
Europa acelera el paso para guardar luz del sol
El Viejo Continente también quiere su porción de esta revolución. Los objetivos climáticos europeos y los fondos públicos de apoyo convierten a países como España y Portugal en destinos prioritarios. Sin embargo, persisten los obstáculos regulatorios y la lentitud en los permisos. En el caso español, el exceso de capacidad ya concedida —más del doble de lo previsto en el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima— ha generado un cuello de botella que frena nuevos proyectos.
Aun así, el plan oficial apunta a alcanzar 22,5 gigavatios de almacenamiento en 2030. Lograrlo exigirá innovación, planificación y aceptación social, porque el riesgo de “canibalización” existe si las baterías se instalan sin una estrategia de equilibrio entre oferta y demanda.
China y la batalla por la cadena de valor
Detrás de cada batería hay una historia global. China domina cerca del 70 % de la producción mundial de baterías de litio y el 85 % del refinado de sus materias primas. Esa hegemonía ha permitido abaratar costos, pero también genera una dependencia inquietante. Para reducirla, Estados Unidos y la Unión Europea han lanzado leyes que buscan recuperar parte de la manufactura y la purificación de minerales críticos dentro de sus fronteras.
La carrera por almacenar la luz del sol ya no es solo tecnológica, sino geopolítica. Y en ella se juega el futuro de la independencia energética y climática del planeta.
						
							
			
			
			
			