La filtración de documentos militares venezolanos, revelada por Reuters, muestra que el gobierno de Nicolás Maduro no se prepara para ganar una guerra convencional contra Estados Unidos; sino para que esa guerra no pueda ganarse nunca. Su apuesta es otra: una resistencia irregular diseñada para volver inhabitable cada kilómetro del país ante cualquier fuerza ocupante. Es la lógica clásica del débil frente al fuerte, adaptada al siglo XXI.
El núcleo del plan es claro. Si Washington decidiera avanzar más allá de la retórica y entrar en territorio venezolano, el chavismo no alinearía tanques frente a marines. Apostaría por algo más corrosivo: disolver el orden, desarticular la logística enemiga, multiplicar los puntos de fricción y convertir ciudades enteras en territorios imposibles de administrar.
280 zonas de sombra, la guerra que se esconde entre montañas y caseríos
Los documentos filtrados detallan una red de más de 280 puntos operativos distribuidos por todo el territorio. No son bases ni fortificaciones sino nodos clandestinos desde donde pequeños grupos ejecutarían acciones de desgaste: emboscadas, cortes de rutas, sabotajes contra infraestructura y ataques esporádicos que impidan cualquier percepción de control por parte de Estados Unidos.
La doctrina militar venezolana, debilitada por la falta de entrenamiento, bajos salarios y un equipamiento envejecido, reconoce que no podría sostener un enfrentamiento abierto. El propio personal de seguridad admite que una guerra convencional duraría “menos de dos horas” frente a la maquinaria militar estadounidense.
Por eso el “plan Maduro” parte de otra premisa: no se trata de vencer, sino de sobrevivir lo suficiente para que el costo político de la intervención se vuelva intolerable para Washington. Cada emboscada sería un mensaje. Cada día sin control total, una victoria táctica.
Caracas como arma
Pero lo verdaderamente disruptivo no está en las montañas, sino en la capital. El segundo pilar del plan —la llamada “anarquización”— convierte a Caracas en un tablero hostil donde la ciudad misma se vuelve un arma estratégica. Se trataría de provocar protestas constantes, violencia focalizada, sabotajes urbanos y un nivel de caos calculado para impedir que cualquier fuerza extranjera logre gobernar, aunque tenga presencia militar.
Lejos de buscar estabilidad, el diseño plantea que la ingobernabilidad sea un escudo. Un instrumento político más eficaz que cualquier misil desplegado en los barrios o en las colinas. Según las filtraciones, apenas entre 5.000 y 7.000 personas —entre servicios de inteligencia, milicianos y simpatizantes armados— serían suficientes para sembrar un desorden sostenido que desgaste psicológica y administrativamente a los ocupantes.
En esencia, Caracas se convertiría en una trampa: una ciudad donde cada esquina es un punto de presión, donde gobernar es más difícil que combatir.
El precio de la resistencia en el plan de Maduro
Nada de esto sería indoloro para la población. La estrategia reconoce implícitamente que la ciudadanía estaría atrapada entre dos fuegos. Por un lado, un conflicto externo y un caos interno promovido desde el propio Estado. Los planificadores parecen asumir ese costo como parte inevitable de la defensa.
A ello se suma la precariedad estructural. Tropas con sueldos que no alcanzan para una canasta básica, equipos obsoletos que Rusia intenta reparar a cuentagotas, y mandos que han tenido que negociar comida con productores locales para sostener a sus unidades. En caso de un ataque, las deserciones serían probables, y la campaña de “8 millones de milicianos” se desvanece en números reales mucho más modestos.
Washington mira, calcula y espera
La filtración irrumpe en un momento de tensión ampliada. Washington ha desplegado militares en el Caribe, lanzado acusaciones cruzadas y un discurso donde Trump insinúa la posibilidad de operaciones terrestres. Nada indica que una invasión sea inminente, pero estos documentos alteran el análisis estratégico. Estados Unidos sabe luchar guerras convencionales, pero tiene cicatrices profundas cuando se trata de conflictos irregulares prolongados.
Venezuela apuesta precisamente a ese trauma. Volver imposible la victoria política, aunque la militar parezca garantizada.
Un conflicto que cambiaría el continente
Si este plan llegara a activarse, la región enfrentaría un terremoto geopolítico. Ya no estaríamos ante un choque directo entre dos Estados, sino ante un laboratorio de guerra híbrida donde guerrillas dispersas, caos urbano inducido y deterioro social convergen en un escenario impredecible. El chavismo no promete vencer; promete no dejar ganar. Y ese, para Washington, podría ser el peor escenario de todos.
En tiempos donde cada movimiento en el Caribe resuena en Moscú, en Pekín y en las capitales latinoamericanas, este plan de Maduro secreto no es solo una filtración, sino una advertencia. Una que sugiere que la próxima guerra, si llega, no se decidirá en un campo de batalla, sino en las sombras, entre ruinas, y en una Caracas convertida en su propio campo minado.
