Estados Unidos e Israel lanzaron ataques coordinados contra las principales instalaciones nucleares de Irán. El objetivo: desmantelar un programa que, según sus estimaciones, podría colocar al país persa a un paso de la bomba atómica. Pero tras las explosiones en Fordow, Natanz e Isfahán, quedó flotando una pregunta crucial: ¿dónde están los 408,6 kilos de uranio enriquecido al 60% que Irán había acumulado?

Una desaparición inquietante

Ese material, visto por última vez el 10 de junio por inspectores del OIEA, equivale a una amenaza potencial de nueve armas nucleares si se completa su enriquecimiento al 90%. Las autoridades iraníes, previendo el ataque, habrían activado un plan de traslado. Imágenes satelitales mostraron movimientos de vehículos en las entradas subterráneas de Fordow días antes de los bombardeos. Y aunque no hay confirmación oficial, varios expertos coinciden en que el uranio fue movido.

Según informes de inteligencia y del propio OIEA, el material podría estar ahora disperso en múltiples ubicaciones no declaradas. Esto haría prácticamente imposible verificar su estado y vigilancia bajo los mecanismos de control internacional.

Fordow y Natanz: el daño no es total

Si bien los bombardeos dañaron severamente las instalaciones de Fordow y Natanz, no lograron anular por completo la infraestructura nuclear. Las centrifugadoras destruidas pueden reemplazarse, los centros subterráneos —algunos aún intactos— pueden reactivarse, y lo más importante: el conocimiento científico no puede ser bombardeado. Esa es, para muchos analistas, la verdadera línea roja.

Además, Irán está desarrollando nuevas instalaciones en zonas aún no inspeccionadas por el OIEA, lo que complica aún más la ecuación.

El dilema del OIEA y el riesgo de proliferación

Las inspecciones internacionales están suspendidas desde que comenzó el conflicto. El director del OIEA, Rafael Grossi, ha advertido que, sin acceso inmediato, el régimen de no proliferación nuclear podría derrumbarse. Irán ha lanzado mensajes contradictorios: por un lado, acusa a Occidente de agresión y, por otro, prepara el terreno para retirarse del Tratado de No Proliferación Nuclear.

El fantasma de un programa clandestino, al estilo de Corea del Norte, se cierne sobre la región.

¿Qué sigue para el uranio de Irán?

A pesar de los daños materiales, el panorama estratégico es menos claro. La posibilidad de que Irán reconstruya su capacidad en pocos años es real, si cuenta con la voluntad política, los recursos y, por supuesto, el tiempo. Las reservas de uranio siguen siendo una poderosa carta en el ajedrez diplomático, y también una amenaza latente.

Como advirtió un exfuncionario del Pentágono, “con el tipo y la cantidad de municiones utilizadas, es probable que el programa nuclear iraní se retrase entre dos y cinco años”. Pero eso solo si Irán no decide actuar antes, en secreto.

La desaparición del uranio enriquecido al 60% no es solo un misterio técnico o logístico; es una alarma encendida en el corazón del sistema internacional de control nuclear. Lo que ocurra con esos 408,6 kilos marcará el rumbo no solo de la seguridad en Medio Oriente, sino del futuro de la no proliferación global. Y por ahora, nadie tiene una respuesta clara a la pregunta más urgente: ¿dónde está el uranio de Irán?