Mientras el mundo centra su atención en las rutas tradicionales del comercio global, China avanza en silencio, pero con pasos firmes, hacia una transformación profunda de sus conexiones con el exterior. La nueva obra monumental que lo hace posible se llama Canal Pinglu, una vía fluvial de 134 kilómetros que unirá el río Yu con el golfo de Tonkín, en el mar de China Meridional.

Con una inversión superior a los 10.000 millones de dólares y más de 20.000 obreros trabajando sin pausa desde 2023, esta megaconstrucción está llamada a cambiar el juego en el comercio marítimo internacional.

A diferencia del Canal de Panamá o el de Suez, el Pinglu no pretende ser un paso interoceánico. Su valor está en otro lugar: conectar el vasto interior industrial chino con las rutas marítimas globales, permitiendo que las mercancías salgan directamente desde las ciudades interiores hacia los puertos y, de ahí, al resto del mundo.

Tecnología, escala y ambición detrás del canal Pinglu

Más que una obra de infraestructura, el Canal Pinglu representa un salto tecnológico y estratégico. Será el primer gran canal construido por China desde la fundación de la República Popular. Permitirá el tránsito de barcos de hasta 5.000 toneladas, con 90 metros de largo y 15 de ancho. No competirá en volumen con los gigantes buques que cruzan Suez o Panamá, pero sí en eficiencia, porque acortará más de 500 kilómetros de rutas terrestres y reducirá significativamente los costes logísticos.

La ingeniería del proyecto también sorprende. Para adaptar el terreno a las nuevas condiciones, se han movido más de 50 millones de metros cúbicos de material. Se emplea un hormigón especial, diseñado para resistir la erosión del agua durante más de cien años, reduciendo al mínimo las necesidades de mantenimiento. El canal está pensado para durar y convertirse en una arteria clave del comercio asiático por décadas.

La nueva Ruta de la Seda, ahora por agua

El Canal Pinglu no es una obra aislada. Se enmarca dentro de la ambiciosa estrategia de China de reconfigurar las rutas comerciales globales a través de la llamada «Iniciativa de la Franja y la Ruta». Esta vez, la visión apunta al agua: construir un corredor marítimo que complemente las rutas terrestres existentes, facilitando el tránsito de bienes desde las zonas del interior chino hacia Europa, Asia y África.

No es casual que el proyecto coincida con gestos políticos del presidente Xi Jinping hacia países del sudeste asiático. El canal fortalecerá la influencia de Pekín sobre los 11 miembros de la ASEAN, al ofrecerles una vía comercial más barata y rápida. Esta estrategia de «infraestructura diplomática» se convierte así en una herramienta de poder blando que China maneja con gran habilidad.

El Canal Pinglu, una carta bajo la manga frente al liderazgo global

Cuando esté listo —según los planes, en diciembre de 2026— el Canal Pinglu no solo mejorará la logística interna de China. Será también una pieza más en el tablero geopolítico en el que el país busca consolidarse como potencia indiscutible. Frente a las rutas controladas o vigiladas por potencias occidentales, esta vía representa soberanía, control y autonomía comercial.

En un contexto donde la rivalidad entre China y Estados Unidos se agudiza, el canal aparece como una jugada maestra. No será un golpe espectacular, pero sí una maniobra quirúrgica: menos costosa, menos visible, pero tremendamente eficaz. Una vía propia para mover mercancías, proyectar poder e influir en una región estratégica del planeta.

El futuro fluye por el sur de China

El Canal Pinglu aún no está terminado, pero ya está cumpliendo su función: cambiar la conversación, redefinir prioridades, crear nuevas rutas. Mientras otros países debaten sobre tratados y hacen la guerra de aranceles, China excava, construye y navega hacia un nuevo orden comercial.