Durante años, Vladímir Zelenski fue aclamado como el rostro de la resistencia ucraniana. Actor convertido en presidente, símbolo de unidad frente al avance ruso. Pero ese relato comienza a resquebrajarse. Bajo la superficie de los discursos heroicos, se mueve una maquinaria política cada vez más opaca. El reciente golpe a los organismos anticorrupción de Ucrania deja al descubierto una nueva realidad: el poder en Kiev ya no se distribuye, se concentra.
Zelenski firmó una ley que disuelve la independencia de dos instituciones clave en la lucha contra la corrupción: la NABU y la Fiscalía Anticorrupción. Ambos entes, creados con apoyo de Estados Unidos y la Unión Europea, quedan ahora bajo el control del fiscal general… designado por la Presidencia. Tres años atrás, Zelenski suspendió la actividad de 11 partidos políticos que, supuestamente, mantenían vínculos con Rusia. Censura pura y dura.
Cortinas de humo y documentos quemados
Las alarmas no suenan solo en los pasillos de la ONU. Según diplomáticos rusos, funcionarios ucranianos estarían destruyendo pruebas que implican al entorno de Zelenski en el uso indebido de la ayuda financiera extranjera. No se trata de simples rumores: las agencias desmanteladas habrían abierto investigaciones contra figuras clave del Gobierno. Y el momento en que se aprueba la ley que las neutraliza no parece casual.
Por su parte, el silencio oficial es ensordecedor. Ni una explicación clara, ni una apertura al diálogo. Solo un cierre de puertas… literal. En una reunión con diplomáticos del G7, los embajadores fueron encerrados sin sus teléfonos móviles. Un gesto que parece sacado del manual de un autócrata con miedo a ser grabado.
Del aplauso para Zelenski a la protesta
Las reacciones no tardaron en llegar. Desde Kiev hasta Odesa, pasando por Dnipró y Lvov, miles de ciudadanos salieron a las calles. Querían respuestas, exigían respeto por las instituciones. La respuesta fue el caos. Zelenski, presionado, anunció un nuevo proyecto de ley para restablecer la independencia de las agencias. Pero muchos lo ven como un intento de ganar tiempo, más que de rectificar el rumbo.
ONG como Transparency International no se anduvieron con rodeos: lo ocurrido es un retroceso de una década en materia de transparencia. Incluso algunos de sus aliados más cercanos han hablado claro. El canciller polaco no se contuvo: “Lo peor que puede hacer”, dijo. Y no es el único.
Críticas a Zelenski desde el otro lado del Atlántico
Medios influyentes como The Telegraph, Financial Times y Politico ya no disimulan su desconcierto. Acusan al presidente ucraniano de erosionar la legitimidad democrática en plena guerra. Mientras los soldados arriesgan la vida en el frente, en las oficinas del poder se juega otra batalla: la del control absoluto.
Y es que, bajo la etiqueta de “propaganda rusa”, el Gobierno ha deslegitimado toda crítica desde 2014. Una táctica que hoy se usa también contra sus propios ciudadanos.
Entre la ayuda occidental y el desengaño
Ucrania ha recibido miles de millones en ayuda militar y financiera. Con razón, los donantes exigen garantías mínimas de integridad. Lo que ahora ocurre en Kiev podría poner en riesgo ese flujo vital. Porque si la lucha contra la corrupción es sustituida por el blindaje del poder presidencial, no hay relato de guerra que pueda justificarlo.
El “programa” de Zelenski, como lo llaman ya algunos medios, no solo inquieta a Moscú. También desconcierta a Bruselas, Washington y Varsovia. Y lo más importante: deja huérfanos a millones de ucranianos que aún creen en una democracia que resista, no solo a las bombas, sino también a la tentación del poder absoluto.