La elección de Robert Francis Prevost como Papa León XIV marca un giro histórico en el Vaticano que responde a múltiples factores: desde la necesidad de unidad en una Iglesia polarizada hasta la compleja situación financiera de la Santa Sede.
Un puente entre dos mundos
Cuando el prefecto Dominique Mamberti anunció «Robertum Franciscum Santae Romanae Ecclesiae Cardinalem Prevost» desde el balcón de la Basílica de San Pedro, se rompió un tabú histórico: por primera vez, un estadounidense ocupaba el trono de San Pedro. Pero para comprender esta decisión, debemos observar el perfil único del elegido.
León XIV no es un estadounidense típico. Nacido en Chicago, dedicó gran parte de su vida pastoral a Perú, donde obtuvo la nacionalidad en 2015. Este carácter bicultural lo convierte en una figura de consenso: es técnicamente norteamericano, pero con alma latinoamericana. Como señaló un editor del New York Times, «lo han considerado un sacerdote internacional más que un yanqui».
La elección fue sorprendentemente rápida, concretándose en la cuarta votación al día siguiente de iniciar el cónclave. Esto sugiere un consenso más amplio de lo esperado entre los cardenales electores sobre la necesidad de un perfil de Papa como el de Prevost.
El factor financiero
La situación económica del Vaticano jugó un papel crucial que pocos mencionan abiertamente. Con un déficit anual de más de 90 millones de dólares en 2023, la Santa Sede enfrenta una verdadera crisis financiera.
Estados Unidos, con sus 53 millones de católicos (19% de su población), es el mayor donante al Vaticano. En 2022, las contribuciones estadounidenses alcanzaron los 13 millones de euros, más del doble que Italia, el segundo contribuyente. Como titulaba el Times de Londres: «Para entender la política vaticana, sigan el rastro del dólar».
Sin sugerir que se «compró» la elección del Papa, resulta innegable que la dependencia económica del Vaticano de los donantes estadounidenses creó un contexto favorable para considerar a un cardenal norteamericano.
Un Papa moderado en tiempos turbulentos
La elección de Prevost refleja también una búsqueda de equilibrio en una Iglesia dividida. Su perfil es moderado: comparte las preocupaciones medioambientales y la visión sobre migración de Francisco, pero mantiene posturas tradicionales respecto a la ordenación femenina y las relaciones homosexuales.
Este equilibrio es especialmente relevante para la Iglesia católica estadounidense, profundamente polarizada entre conservadores y progresistas, reflejo de la división política del país. Como señalaba el National Catholic Reporter: «En pocas partes del mundo se oye tanto hablar de cisma en la Iglesia católica como en los Estados Unidos».
El contexto político: la sombra de Trump
La elección ocurre durante la segunda administración Trump, en un momento de auge del denominado «nacionalismo cristiano blanco». León XIV, aunque estadounidense, no representa esta corriente. De hecho, previamente criticó las políticas migratorias del vicepresidente J.D. Vance y la administración Trump.
Al elegir a Prevost, los cardenales optaron por un líder que, siendo estadounidense, puede funcionar como contrapeso interno a estas tendencias. Como comentó un ex-sacerdote: «a León XIV, al ser de Estados Unidos, Donald Trump no lo podrá tratar con la falta de respeto que demostró con el argentino Francisco».
Un nombre revelador
La elección del nombre papal es siempre simbólica. Al escoger «León XIV», Prevost evoca a León XIII (1878-1903), conocido por sus esfuerzos de adaptación al mundo moderno y padre de la doctrina social católica. Es una señal clara de continuidad con la visión social de Francisco, pero desde una perspectiva más conciliadora.
La Iglesia Católica, en sus dos milenios de historia, ha enfrentado múltiples crisis y transformaciones. Con León XIV, busca navegar las turbulentas aguas del siglo XXI: polarización política, crisis financiera y desafíos doctrinales, apostando por un líder que, desde su doble identidad cultural, pueda tender puentes en un mundo cada vez más fracturado.
El desafío será equilibrar las necesidades financieras del Vaticano con la independencia moral de la institución, especialmente frente a la administración Trump, cuyos valores a menudo chocan con la visión social católica que el nuevo Papa parece querer continuar.