El mundo observa con creciente inquietud la evolución de un conflicto en Oriente Medio entre Israel e Irán que podría redefinir el mapa energético internacional. El Estrecho de Ormuz, una franja de agua por la que transita una quinta parte del suministro global de petróleo, vuelve a estar en el centro del tablero geopolítico. La amenaza de un cierre —por primera vez aprobada por el Parlamento iraní— desata un cúmulo de escenarios de alto riesgo económico, con implicaciones inmediatas para mercados, inflación y seguridad global.

El petróleo como rehén

Por el Estrecho de Ormuz fluyen más de 7 mil millones de barriles al año. Cualquier interrupción tendría efectos en cascada. Los analistas coinciden: si Irán cumple su amenaza, el precio del crudo podría saltar de los actuales 80 dólares a más de 100. Algunos, como Deutsche Bank, ven posible incluso una escalada hasta los 120 dólares. Esto dispararía la inflación global y minaría los esfuerzos de los bancos centrales por relajar las tasas de interés.

Además, el encarecimiento de los fletes marítimos —que ya subieron 24%— y el aumento de las primas de seguros presionarían aún más a las industrias globales, desde la manufactura hasta el transporte. La cadena de suministro volvería a vivir un “efecto dominó” similar al de la pandemia, pero con un origen político-militar.

Por el Estrecho de Ormuz fluyen más de 7 mil millones de barriles al año.

Por el Estrecho de Ormuz fluyen más de 7 mil millones de barriles al año.

Alternativas limitadas y vulnerabilidades evidentes por cierre de Estrecho de Ormuz

Arabia Saudí y Emiratos Árabes disponen de oleoductos que podrían asumir parte del flujo, pero están lejos de compensar los 20 millones de barriles diarios que atraviesan Ormuz. Irán tiene su propia válvula de escape con el oleoducto Goreh-Jask, aunque su operatividad se ha reducido drásticamente.

Sin rutas marítimas alternativas, los mercados asiáticos —China, India, Japón y Corea del Sur— serían los más perjudicados. Europa, si bien menos dependiente en términos porcentuales, enfrenta igualmente una amenaza seria a su seguridad energética, especialmente los países que aún importan desde el Golfo.

Tácticas escalables: del acoso al cierre total

Irán no necesita un bloqueo absoluto para desestabilizar el comercio energético. Tiene a su disposición una gama de acciones: hostigamiento con embarcaciones ligeras, uso de drones y minas, o incluso ciberataques, como el ejecutado contra Arabia Saudí en 2012. También podría replicar las tácticas de los hutíes en el Mar Rojo, forzando a los petroleros a evitar la zona o navegar escoltados, lo que reduciría la eficiencia logística y elevaría los costes.

Un cierre prolongado del estrecho parece improbable, según coinciden varios expertos. Las implicaciones para Irán —represalias militares, pérdida de ingresos por exportaciones y daños a sus alianzas— podrían hacer que opte por tácticas de menor intensidad, pero alto impacto psicológico.

Impacto bursátil y reservas estratégicas

El golpe en los mercados sería inmediato. Se prevén caídas del 5% en las principales bolsas si se confirma la interrupción. La referencia más próxima: el embargo petrolero árabe de 1973, que provocó caídas del 17%. No obstante, países consumidores disponen de reservas estratégicas: más de 5.800 millones de barriles almacenados a nivel global, lo que daría un margen temporal para amortiguar el choque.

¿Una tormenta contenible por cierre del Estrecho de Ormuz?

Aunque el cierre de Ormuz sería el mayor trastorno comercial en décadas, la historia muestra que Irán ha preferido amenazar más que ejecutar. Aun así, el simple hecho de poner sobre la mesa el bloqueo ha sido suficiente para alterar precios, rutas y expectativas.

El mundo no solo depende del petróleo, sino también de la estabilidad en un estrecho de apenas 39 kilómetros. Un angosto canal que, una vez más, se revela como la arteria más vulnerable del sistema económico global.