Israel está pagando un precio económico monumental por sostener simultáneamente cinco frentes de guerra activos: Gaza, Líbano, Siria, Yemen e Irán. Las cifras son abrumadoras. Según estimaciones recientes, el costo diario del conflicto supera los 200 millones de dólares, e incluso algunos expertos calculan que alcanza los 750 millones diarios cuando se incluyen todos los factores logísticos, militares y de reparación de daños.

Solo un mes de hostilidades abiertas podría traducirse en un desembolso de hasta 12.000 millones de dólares. Esta situación ha transformado los conflictos en un agujero financiero sin precedentes para las arcas israelíes.

El sofisticado pero carísimo escudo defensivo

El sistema de defensa antiaérea de Israel, considerado uno de los más eficaces del mundo, es también uno de los más costosos de operar. Cada intercepción con el sistema David’s Sling tiene un coste de 700.000 dólares, mientras que el uso del avanzado Arrow 3 para neutralizar misiles balísticos eleva el gasto a 4 millones de dólares por disparo.

Paradójicamente, muchos de los misiles lanzados por Irán y sus aliados cuestan solo una fracción de estas sumas, lo que crea un desequilibrio financiero insostenible en una guerra de desgaste prolongado.

Infraestructura civil bajo fuego en la guerra

Los daños no se limitan al ámbito militar. El bombardeo constante ha afectado gravemente a la infraestructura civil israelí. Más de 15.000 viviendas han sufrido daños significativos. El ataque al Instituto Weizmann, considerado el “MIT israelí”, resultó en pérdidas superiores a los 570 millones de dólares, incluyendo la destrucción de tres edificios principales y la pérdida de valiosa investigación científica.

Asimismo, la refinería de Haifa, responsable de una gran parte de la producción de combustibles del país, quedó fuera de operación tras un ataque que provocó la muerte de tres trabajadores. Las pérdidas industriales y energéticas se suman al creciente costo total del conflicto.

Reservistas movilizados: un sacrificio humano y económico

Desde el inicio de las guerras, Israel ha movilizado hasta 450.000 reservistas, el mayor número en su historia. Este masivo reclutamiento ha impactado directamente la economía nacional: profesionales ausentes de sus trabajos, negocios interrumpidos y un creciente malestar social por el desgaste familiar y emocional de las tropas.

El tema de las exenciones de los ultraortodoxos, que permanecen exentos del servicio militar obligatorio, ha avivado la tensión política interna, aunque el gobierno de Netanyahu mantiene su alianza con estos partidos para asegurar su supervivencia política.

Un presupuesto militar desbordado para la guerra

El esfuerzo bélico ha provocado un incremento histórico del presupuesto de defensa. En 2024, el gasto militar israelí subió un 65%, alcanzando los 46.500 millones de dólares, lo que representa el 8,8% de su PIB. Este porcentaje coloca a Israel como el segundo país del mundo con mayor proporción de gasto militar, solo superado por Ucrania.

Dependencia de Estados Unidos y los límites del arsenal

Pese a su avanzada tecnología, el aparato militar israelí depende en gran medida de suministros y municiones provenientes de Estados Unidos. Esta dependencia se torna crítica en un contexto donde la industria de defensa estadounidense ya está sobrecargada por sus compromisos en Ucrania.

El agotamiento de las reservas de armamento y el desgaste del personal militar son factores que, según analistas, podrían limitar la capacidad de Israel para sostener una guerra prolongada en varios frentes.

El respaldo político, firme pero condicionado

A pesar del creciente costo humano y financiero, el gobierno de Netanyahu mantiene un fuerte respaldo político interno. Encuestas recientes revelan que el 83% de los israelíes judíos apoyan las operaciones militares contra Irán, consideradas esenciales para contrarrestar lo que perciben como una amenaza existencial.

Sin embargo, el escenario podría cambiar si el conflicto se extiende en el tiempo, las víctimas aumentan o la carga económica se vuelve insostenible. Como advirtió uno de los analistas consultados: “Una semana es una cosa; un mes, otra muy distinta”.