Estados Unidos cerró el mes de junio con un sorpresivo superávit presupuestario de 27.000 millones de dólares. En medio de un contexto fiscal dominado por déficits crecientes, este resultado no solo rompió una tendencia negativa que persistía desde 2017, sino que también revitalizó la narrativa de un presidente que sabe cuándo avanzar y cuándo retroceder, como si de una partida de “El Juego del Calamar” se tratara.
Detrás de esta mejora puntual se esconden decisiones estratégicas con un claro objetivo político: dinamizar el mercado interno, aunque sea a costa de tensiones externas e incertidumbre macroeconómica.
El as bajo la manga del superávit: tarifas arancelarias recargadas
El motor principal del superávit de junio fueron los ingresos por derechos de aduana, que se dispararon un 301% con respecto al mismo mes de 2024. El monto recaudado —27.000 millones de dólares— iguala prácticamente el total del superávit, lo que sugiere que, sin esta fuente extraordinaria, las cuentas seguirían en rojo. En términos anuales, los aranceles ya suman 113.000 millones, lo que representa un aumento del 86%.
Trump impuso en abril un arancel general del 10% a las importaciones, sumado a tarifas “recíprocas” específicas que comenzarán a escalar aún más el 1 de agosto. Esta estrategia, además de generar ingresos inmediatos, busca presionar a los socios comerciales de EE.UU. a renegociar en términos más favorables para Washington.
¿Quién paga el juego?
A pesar del éxito recaudatorio, los economistas advierten que esta táctica no es un juego limpio. Los aranceles, aunque se presentan como castigo a países exportadores, terminan afectando a los consumidores y a las empresas estadounidenses que dependen de insumos importados. Sin embargo, Trump ha insistido en que “el gran dinero” apenas comienza a llegar y ha desestimado los análisis técnicos sobre el impacto inflacionario.
Un equilibrio temporal sobre un déficit estructural
El propio Departamento del Tesoro reconoció que el superávit de junio estuvo parcialmente influido por ajustes de calendario. Sin ese efecto, el mes habría cerrado con un déficit de 70.000 millones de dólares. Es decir, no hay una solución de fondo, sino un respiro circunstancial.
El déficit acumulado del año fiscal asciende ya a 1,34 billones de dólares, un 5% más que el año anterior. La “Gran y Hermosa Ley” recién aprobada agregará otros 3,4 billones a la deuda en la próxima década. Mientras tanto, los pagos netos por intereses —que en junio alcanzaron los 84.000 millones de dólares— son el segundo mayor gasto federal, solo por detrás de la Seguridad Social.
Powell resiste la presión
Trump ha presionado repetidamente a la Reserva Federal para que reduzca las tasas de interés y abarate el costo del servicio de la deuda. Jerome Powell, sin embargo, se mantiene firme: teme que una baja en los tipos combinada con políticas arancelarias agresivas dispare la inflación. El pulso entre la Casa Blanca y la Reserva es otro capítulo en este juego de equilibrios inestables.
Superávit, ¿Un triunfo o una táctica electoral?
En pleno año preelectoral, el superávit de junio es presentado como un logro de gestión. Pero más allá de los titulares, el panorama económico es mucho más turbio. El uso intensivo de aranceles no soluciona los problemas estructurales de EE.UU., y el alivio presupuestario podría diluirse tan rápido como llegó.
Trump, como el jugador estrella de un mortal juego económico, se mueve con cálculo: da un paso al frente con medidas populares y recaudadoras, pero al menor atisbo de daño interno, retrocede o busca culpables externos. Es una estrategia diseñada tanto para controlar la narrativa económica como para ganar simpatías políticas.