Durante años, Beijing inundó a Latinoamérica con créditos que parecían inagotables. Era dinero rápido, con menos condicionamientos formales que los organismos multilaterales y con la promesa tácita de una relación “entre iguales”. Ese relato funcionó mientras los precios de las materias primas subían y los gobiernos celebraban cada obra inaugurada.
Pero en 2025 la región despertó ante un giro que no apareció en titulares ruidosos, aunque sí en los balances fiscales: China cerró el grifo. Ahora no presta; administra, cobra y renegocia. Ese cambio, discreto pero contundente, redefinió la geopolítica económica entre América Latina y la segunda potencia del planeta.
Venezuela y Brasil tienen la mayor deuda con China
El nuevo escenario no afecta a todos por igual. Venezuela es el caso más dramático. Tiene una deuda de US$59.200 millones, inflada durante años por préstamos pagados en petróleo, hoy convertida en un rompecabezas donde las interrupciones, refinanciaciones y extensiones volvieron casi ilegible el verdadero saldo pendiente.
Brasil ocupa el segundo lugar. Su volumen de deuda con China es alto, pero su relación es más compleja, porque se entrelaza con alianzas estratégicas dentro de los Brics y con un comercio que lo favorece.
Luego aparecen Ecuador, Argentina y Bolivia, cada uno con matices. Por ejemplo, Quito ya reestructuró parte de su carga; Buenos Aires utiliza su swap con China como herramienta táctica para sostener reservas; La Paz depende de estos créditos para proyectos estatales clave.
No se trata solamente de cifras. Cada país revela cómo se movió —y cómo quedó atrapado— dentro de la red financiera china durante la década de los grandes desembolsos.
Cuando la opacidad se convierte en poder
Una pieza central del rompecabezas es la falta de transparencia. No porque China opere en las sombras, sino porque sus contratos suelen exigir confidencialidad, incluir empresas chinas como proveedoras obligatorias y desplazar los estándares de información pública que imponen los acreedores tradicionales.
En varios países, parte de los ingresos de proyectos financiados por China debe depositarse en cuentas especiales destinadas exclusivamente al repago. El resultado es un tipo de dependencia sutil, porque los gobiernos no pierden soberanía formal, pero sí margen de maniobra cuando necesitan renegociar o cuando enfrentan crisis fiscales.
Estas condiciones alimentaron la sospecha —repetida hasta el cansancio— de una “trampa de deuda” diseñada desde Beijing. Pero la evidencia no avala esa teoría. Los analistas coinciden en que no hay casos latinoamericanos donde China haya buscado apropiarse de activos estratégicos por impago. El problema, en realidad, suele venir de casa, por la mala gestión macroeconómica, debilidad institucional y dependencia extrema de materias primas.
Es decir, China no necesitó construir trampas; la región se las fabricó sola.
El fin del crédito, el inicio del capital
Mientras el financiamiento se contrae, otra dimensión crece: la inversión directa china. Es un movimiento menos visible, pero más estratégico. Donde antes había préstamos para construir, ahora hay participaciones accionarias, control operativo y expansión de empresas chinas en infraestructura, energía, minería, logística y electromovilidad.
Beijing entendió que prestar en exceso a países con riesgo elevado no solo es poco rentable, sino geopolíticamente torpe. Por eso elige un camino más quirúrgico, que reduce exposición financiera y multiplica influencia económica.
Al mismo tiempo, la relación comercial avanza en dirección opuesta al crédito. Según proyecciones regionales, las exportaciones latinoamericanas a China crecerán cerca de 7%, impulsadas por carne, soja y minerales. La paradoja es evidente. Menos plata prestada, más bienes comprados.
Una región que debe reinventar su autonomía y pagar la deuda a China
El fin de la fiesta crediticia deja a América Latina frente a una pregunta incómoda: ¿qué hacer cuando el prestamista que dominó los últimos 15 años cambia de juego?
Para algunos gobiernos, la respuesta pasa por ordenar cuentas y revisar contratos firmados en tiempos de euforia. Para otros, la discusión es más profunda ¿Cómo evitar que la dependencia financiera se transforme en dependencia diplomática? Porque en paralelo al nuevo modelo económico, China espera alineamientos políticos concretos. Su batalla por el reconocimiento de Taiwán es solo el ejemplo más claro.
Lo que está en juego es más que un balance fiscal. Es la capacidad de la región para negociar con Beijing sin repetir los errores del ciclo anterior, aquel en el que abundó el entusiasmo y escaseó el análisis.
