La guerra en Ucrania está dejando una factura monumental que no solo se mide en devastación humana y ciudades arrasadas. También se expresa en balances, presupuestos tensionados y decisiones financieras que marcarán el rumbo europeo durante la próxima década. Desde Bruselas, Berlín y Varsovia se repite el mismo mantra de apoyar a Kiev como una obligación estratégica. Sin embargo, detrás del discurso late la pregunta incómoda que cada capital intenta responder sin alarmar a sus contribuyentes: ¿cuánto está pagando realmente Europa por esta guerra?
El gasto militar ucraniano reconfigura el cálculo europeo
En realidad, Ucrania carga con la mayor parte del costo de la guerra, destinando más del 30% de su PIB al presupuesto militar en este 2025. Ningún país europeo, ni siquiera los más comprometidos con la causa ucraniana, se aproxima a un sacrificio semejante. Bruselas ha aportado cerca de 72.000 millones de euros entre 2022 y 2024, apenas un 0,3% del PIB comunitario. Una cifra considerable, pero lejos del impacto descomunal que soporta Kiev.
La comparación per cápita también desnuda la asimetría. Mientras cada ciudadano de la UE contribuye —como promedio estimado— con unos 95 euros al año para sostener a Ucrania, cada ucraniano ha destinado más de 3.000 euros solo en defensa. Una carga económica que encaja con el nivel de destrucción: un país que combate en su territorio, que ha perdido infraestructuras críticas y cuyos salarios son una fracción de los europeos.
El precio oculto de la reconstrucción en la guerra de Ucrania
Si el esfuerzo militar de hoy es colosal, el costo de mañana será aún más brutal. Según los expertos, la reconstrucción ucraniana necesitará 448.600 millones de euros durante la próxima década, una cifra que supera por mucho cualquier iniciativa europea previa. Ese monto equivale a multiplicar por nueve el presupuesto de defensa ucraniano para 2025.
Viviendas destruidas, carreteras y puentes inservibles, un sistema energético golpeado una y otra vez. Cada sector arrastra su propio abismo financiero. Solo reparar los daños a los hogares implicaría más de 70.000 millones. La energía exigiría otros 58.200 millones. Y el transporte, cerca de 66.700 millones para volver a operar plenamente.
Europa sabe que, sin su respaldo, Ucrania no podrá recuperarse. Pero también sabe que asumir este costo puede convertirse en un debate político explosivo en plena era de gobiernos frágiles, elecciones polarizadas y sociedades cansadas de sacrificios económicos.
El dilema financiero europeo
La guerra en Ucrania no solo tensiona los presupuestos, también desafía la arquitectura financiera del continente. El plan de usar los activos rusos congelados para financiar a Kiev ha encendido alarmas en Euroclear, el depositario central que administra gran parte de esos fondos. Su advertencia es que la idea podría provocar una fuga de inversores preocupados por la posibilidad de que Europa abra la puerta a futuras confiscaciones encubiertas.
Para países como Bélgica, sede de Euroclear, el riesgo es incluso mayor. Si Rusia ganara en tribunales internacionales la devolución de sus activos inmovilizados, Bruselas podría enfrentar un agujero comparable a su propio presupuesto federal. En otras palabras: un desbalance capaz de poner en aprietos a toda la eurozona.
Los defensores de la propuesta argumentan que se trata de un mecanismo temporal, diseñado para garantizar financiamiento urgente para Ucrania sin elevar la deuda común europea. Pero la oposición belga —y las dudas de otros socios— muestran el laberinto político que se abre cuando se mezclan sanciones, activos soberanos y préstamos a gran escala.
¿Puede Europa seguir pagando esta guerra en Ucrania?
El apoyo europeo, aun siendo sustancial, está lejos de los niveles que exige la supervivencia económica de Ucrania. La UE debate cómo cubrir un déficit ucraniano de 135.000 millones de euros para 2026-2027. La propuesta de la Comisión contempla usar el dinero ruso congelado para asegurar 90.000 millones, pero la resistencia interna amenaza con bloquear el acuerdo.
Si el plan naufraga, la alternativa será salir a los mercados y emitir nueva deuda común. Esta puede ser una decisión políticamente costosa en un continente donde la inflación reciente dejó cicatrices y los partidos euroescépticos capitalizan cada descontento fiscal.
Una guerra que redefine el futuro económico europeo
Europa enfrenta un dilema sin precedentes. Sabe que dejar caer a Ucrania tendría un costo geopolítico incalculable. Pero también comprende que sostenerla implica redibujar prioridades, aceptar riesgos financieros y, quizá, explicar a sus ciudadanos por qué su seguridad depende ahora de decisiones tomadas en Kiev tanto como en Bruselas.
Al final, la pregunta no es solo cuánto cuesta la guerra en Ucrania. Es cuánto está dispuesta Europa a pagar para evitar un desenlace que pondría en cuestión su propio orden político y económico. La factura sigue creciendo y, con ella, la urgencia de un acuerdo que estabilice el continente antes de que la economía de guerra termine redefiniendo también la economía europea.
