Durante décadas, la energía nuclear ha estado ligada casi exclusivamente al uranio. Sin embargo, en los márgenes de la industria, otro elemento, el torio, ha ido ganando espacio en laboratorios, documentos estratégicos y planes de largo plazo. Más abundante, potencialmente más seguro y con ventajas ambientales claras, este metal ligeramente radiactivo aparece cada vez con más fuerza en el debate sobre cómo alcanzar sistemas energéticos bajos en carbono sin sacrificar estabilidad ni escala.

El torio, un combustible que no lo es… hasta que lo es

A diferencia del uranio, el torio no es fisible de forma directa. Su valor energético reside en su capacidad de transformarse. El isótopo natural torio-232, al ser irradiado en un reactor, se convierte tras varias reacciones en uranio-233, un material plenamente capaz de sostener una reacción nuclear controlada. Ese detalle técnico explica tanto su atractivo como su complejidad.

Desde el punto de vista estratégico, el torio ofrece una ventaja poco común: puede generar más material fisible del que consume. En teoría, esto permitiría ciclos de combustible más eficientes y prolongados, reduciendo la presión sobre recursos finitos.

Pocos países han apostado tan claramente por el torio como India. Con las mayores reservas conocidas del planeta, el país diseñó una estrategia nuclear en tres etapas que culmina precisamente en su uso. El desarrollo del Reactor Avanzado de Agua Pesada busca demostrar que el torio no solo es viable, sino que puede operar con altos niveles de seguridad pasiva, una palabra clave tras décadas de debates públicos sobre el riesgo nuclear.

China, por su parte, ha optado por un camino tecnológico distinto. En 2023 otorgó permiso de operación a un reactor experimental de sales fundidas alimentado con torio, construido en el desierto de Gobi. Este tipo de reactor utiliza combustible líquido, lo que permite disipar calor con mayor eficiencia y reducir el riesgo de accidentes graves. El proyecto coloca a Pekín en la vanguardia de una tecnología que durante años fue solo una promesa teórica.

Ambos programas cuentan con seguimiento técnico y conceptual de la Organismo Internacional de Energía Atómica, que ha coordinado investigaciones comparativas sobre el desempeño del torio en distintos tipos de reactores, desde los refrigerados por agua hasta los de sales fundidas.

Menos residuos, menos proliferación

Uno de los argumentos más sólidos a favor del torio es su perfil ambiental. Los ciclos basados en este elemento generan menos actínidos menores de vida larga, lo que simplifica la gestión de residuos a muy largo plazo. En un contexto donde el almacenamiento definitivo sigue siendo uno de los mayores escollos políticos de la energía nuclear, esta diferencia no es menor.

A ello se suma un factor geopolítico. El uranio-233 producido a partir del torio suele ir acompañado de uranio-232, un isótopo que emite intensa radiación gamma. Esto hace extremadamente difícil su manipulación con fines militares y actúa como barrera natural contra la proliferación nuclear.

La otra cara del potencial del torio

Pero el torio no es una solución mágica. Su principal debilidad hoy es económica y tecnológica. Aunque es tres veces más abundante que el uranio en la corteza terrestre, su extracción no es sencilla. En la práctica, suele obtenerse como subproducto de la monacita, un mineral explotado sobre todo por su contenido en tierras raras. Sin esa demanda paralela, extraer torio resulta poco rentable.

A ello se suman los altos costos de investigación y desarrollo. La industria nuclear lleva más de medio siglo optimizando reactores de uranio, mientras que el torio sigue siendo un terreno con poca experiencia industrial acumulada. El manejo del combustible irradiado es complejo, requiere procesos remotos costosos y enfrenta desafíos químicos como la corrosión durante el reprocesamiento.

Pese a esos obstáculos, el interés persiste. Estados Unidos, Japón y el Reino Unido mantienen líneas de investigación activas, muchas de ellas inspiradas en los experimentos históricos del Oak Ridge National Laboratory, donde en los años sesenta ya se probó un reactor de sales fundidas con torio.

La razón es simple. Si el mundo aspira a descarbonizar su matriz energética sin depender únicamente de fuentes intermitentes, necesitará opciones firmes, escalables y con bajo impacto climático. El torio encaja en ese perfil, aunque todavía no esté listo para competir en el mercado.

El torio, una promesa a largo plazo

Más que una revolución inmediata, el torio representa una apuesta de largo aliento. Sus ventajas técnicas son reales, pero solo se materializarán si la inversión pública, la cooperación internacional y la paciencia política logran sostener décadas de desarrollo adicional.

En un sector donde el tiempo se mide en ciclos de reactor y no en trimestres financieros, el torio sigue esperando su oportunidad. No como sustituto inmediato del uranio, sino como una pieza clave del rompecabezas energético del siglo XXI.