La forma de cómo cada uno decide de vivir el tiempo dice mucho sobre nosotros mismos. La mayoría nos dedicamos a pasar las horas

Vivir el tiempo, por Roberto Augusto es escritor y fundador de Editorial Letra Minúscula

Para vivir el tiempo de la mejor forma, el entretenimiento es muy importante. Huimos de la soledad a través del contacto con otras personas, de la familia o con distracciones de todo tipo. La soledad nos agobia y tratamos de escapar de ella cuando lo que deberíamos hacer es buscarla. Es una oportunidad para la reflexión.

No somos conscientes de lo extraordinariamente valioso que es cada segundo, de lo corta que es nuestra vida. Y como no entendemos el valor del tiempo nos dedicamos a malgastarlo sin hacer nada valioso. Esta me parece una de las tragedias más tristes. Morir después de haber llevado una vida estéril es uno de los peores destinos para cualquier persona.

El problema está en que no afrontamos la muerte. Ese es un tema que nos asusta. Preferimos no hablar de ella como si no existiera. La esquivamos, pero al hacerlo también evitamos comprender nuestra propia existencia. Si miráramos a la muerte a la cara su visión nos haría darnos cuenta de lo valiosa que es la vida. Y provocaría que nuestra forma de entender el tiempo cambiara de una manera radical y profunda.

Si eso pasara viviríamos con mucha más intensidad. Entonces cada segundo se volvería valioso y lo aprovecharíamos luchando contra la mediocridad, buscando siempre la excelencia en todo lo que hacemos.

Prejuicios para vivir el tiempo

Estamos llenos de prejuicios sin saberlo. Juzgamos a los demás a la ligera, los etiquetamos, los simplificamos, los despreciamos o los amamos atendiendo a razones superficiales, a juicios que carecen de valor. Los estereotipos que nos aprisionan impiden que entendamos el mundo que nos rodea, a nosotros y a los otros. Deforman nuestra capacidad interpretativa. Son unas pesadas cadenas invisibles que nos aprisionan.

Prejuzgar es juzgar sin conocer. Todo juicio, para que sea valioso, debe hacerse desde el conocimiento. Y para conocer a otro se necesita tiempo y esfuerzo. Es mucho más fácil etiquetarle, simplificarle, encasillarle sin saber apenas nada de él. Reducirlo a un nombre, a un adjetivo peyorativo, a una imagen simplista que nos impide ver lo que tenemos delante.

El conocimiento de nosotros mismos es una tarea que no tiene fin. Lo que podemos llegar a saber de un ser humano es inabarcable. Muchos comparten su vida con alguien y después de décadas juntos se dan cuenta de que en realidad no se conocían. ¿Cómo nos atrevemos a juzgar a personas a las que apenas conocemos si ni entendemos a los que tenemos cerca? Ese es sin duda un acto de soberbia impulsado por la ignorancia.

El camino de la libertad

Cuando hemos dejado de repetir lo que otros piensan, de seguir dogmas sin sentido o de vivir aferrados a divisiones que nosotros mismos hemos creado, entonces estamos en el camino de la libertad. Los que sentimos una enorme pasión por la verdad sabemos que el precio que hay que pagar por ella vale la pena.

Ser pobre no tiene nada que ver con tener mucho o poco dinero. La mayor pobreza es ser un esclavo sin saberlo, vivir encadenado por la avaricia, por prejuicios, por dogmas y mentiras. La verdadera riqueza no es tener mucho, sino ser libre. Y ese es un camino que cada uno de nosotros debe recorrer en soledad. No hay ningún sistema filosófico, ni ideología ni religión que nos pueda dar esa libertad que todos deseamos.

Desde hace miles de años muchos pensadores han publicado libros donde soñaban con crear la sociedad perfecta. Han creído que el orden interior que nos falta puede ser impuesto por un sistema social determinado. No han entendido que la sociedad solo es la suma de las personas que la integran. Y que el mejor sistema social que teóricamente podamos diseñar fracasará en la práctica si no somos capaces de cambiar la esencia de las personas. Si somos corruptos degradaremos cualquier sociedad ideal que pretendamos crear. La verdadera revolución no es exterior, sino interior.

Si somos capaces de abandonar todas esas barreras mentales que nos han ido colocando desde niños en nuestra mente entonces seremos creativos, veremos el mundo con ojos nuevos. Dejaremos de mirar fuera y cambiaremos lo que hay dentro. Solo así podremos construir un mundo mejor para todos y encontrar el camino hacia la libertad.