En el último lustro, el continente africano ha vivido una revolución silenciosa pero letal. El auge de los vehículos aéreos no tripulados, comúnmente conocidos como drones, ha modificado radicalmente la manera en que se libran los conflictos en países como Etiopía, Sudán, Malí y el Congo. Lo que antes era un recurso reservado a grandes potencias, hoy se ha convertido en una herramienta accesible para actores estatales y no estatales por igual.

Para 2023, casi 30 gobiernos africanos habían incorporado sistemas de drones en sus estrategias militares. Tan solo en 2024 se registraron 484 ataques con drones en 13 países del continente, un aumento vertiginoso que dejó más de 1.200 muertos. Esta democratización del poder aéreo ha generado un nuevo equilibrio —o más bien desequilibrio— en el campo de batalla.

Cuatro proveedores de drones en África, múltiples conflictos

El acceso a drones no se entendería sin la proliferación de mercados internacionales que los proveen. Turquía, China, Emiratos Árabes Unidos e Irán se han posicionado como los principales exportadores de estos sistemas. El Bayraktar TB2, de fabricación turca y un precio aproximado de cinco millones de dólares, ha sido particularmente demandado.

Etiopía ha acumulado un vasto arsenal proveniente de estos países, mientras que, en Sudán, tanto el ejército regular (SAF) como las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) emplean modelos provenientes de diferentes proveedores, alimentando una guerra entre bandos con acceso a tecnología similar.

De la ofensiva aérea al dominio territorial

En varios frentes de conflicto, los drones han sido determinantes. En Etiopía, el uso masivo de drones permitió al gobierno cortar las líneas de suministro del Tigray, marcando un giro definitivo en la guerra. Lo mismo ocurrió en Malí, donde la junta militar recuperó el control de Kidal gracias al apoyo aéreo de drones turcos.

Pero la eficacia de estos dispositivos no es absoluta. En zonas montañosas, selváticas o urbanas densamente pobladas, su capacidad de precisión se reduce considerablemente. Además, grupos armados han desarrollado estrategias de evasión, como el uso de motocicletas para dispersarse rápidamente o incluso el empleo de interferencias electrónicas para neutralizar drones enemigos.

Drones en África, ¿Contención o prolongación del conflicto?

El bajo costo operativo de los drones en África y la ausencia de riesgo para los pilotos hacen de los drones una opción atractiva para los gobiernos. Permiten atacar sin exponer vidas propias, lo cual podría reducir la voluntad de negociar salidas pacíficas. Al mismo tiempo, los drones están al alcance de milicias y grupos insurgentes, lo que prolonga las hostilidades y complica aún más los procesos de reconciliación.

La internacionalización del conflicto es otro riesgo. Los drones facilitan la intervención de potencias extranjeras sin despliegues militares directos. En Níger, por ejemplo, Estados Unidos opera una base de drones en Agadez que ha sido criticada por socavar la soberanía del país anfitrión, al conceder inmunidad y privilegios a las fuerzas extranjeras.

La ética en entredicho: civiles atrapados en el fuego cruzado

El uso creciente de drones también plantea serios dilemas éticos y legales. El Derecho Internacional Humanitario establece principios como la distinción entre combatientes y civiles, la proporcionalidad en el uso de la fuerza y la precaución en los ataques. Sin embargo, los datos son preocupantes: cerca de 1.000 muertes civiles por ataques con drones en África, con Etiopía a la cabeza.

El caso más alarmante ocurrió en Amasrakad, Malí, donde un ataque mató a 13 civiles, incluidos siete niños. La aparente “precisión” de los drones no garantiza menor daño colateral, especialmente cuando los objetivos se esconden entre la población civil.

¿Hacia un nuevo tipo de carrera armamentista?

El futuro de la guerra en África parece inclinarse hacia una espiral tecnológica. A medida que se desarrollan drones más sofisticados, también proliferan los sistemas antidrones (C-UAS), generando una carrera armamentista entre innovación y contrainnovación. La Unión Africana ha advertido sobre esta tendencia y demanda un marco legal vinculante que regule el uso de armas autónomas.

Sin un control responsable, la región corre el riesgo de ver cómo la violencia se intensifica y los procesos de paz se diluyen. Lo que comenzó como una ventaja táctica, amenaza con convertirse en un obstáculo estructural para la seguridad y la estabilidad en el continente.

La irrupción de los drones en África ha cambiado para siempre el paisaje de la guerra. Más letales, más accesibles y más difíciles de regular, estos dispositivos no tripulados son ahora actores clave en los conflictos armados del continente. Si no se actúa con urgencia para establecer marcos éticos y políticos sólidos, África podría convertirse en el laboratorio más peligroso del futuro bélico global.