Uno de los inventores más insigne de la historia, Thomas Edison, creó hace 120 años un auto eléctrico propulsado por batería de níquel-hierro

Aquella creación no tuvo gran éxito, y tampoco la batería de níquel-hierro. Esto se debió a que era más grande que las habituales de plomo y ácido y también liberaba hidrógeno, lo cual era un problema para la época. Más de un siglo después, las baterías de níquel-hierro han sido redescubiertas por los ingenieros. No son pocos los que las consideran diamantes en bruto, capaces de revolucionar la producción energética.

Para entender el uso de estas baterías debemos comenzar por explicar su funcionamiento. En el momento en que se recarga la batería, esa electricidad provoca una reacción química. De inmediato se liberan grandes cantidades de oxígeno e hidrógeno. A principios del siglo XX, esto era un problema para Edison. No sucede así en 2021.

¿Para qué sirven estas baterías?

Los científicos encontraron que esa reacción era muy similar a la que se producía para liberar hidrógeno de agua. El proceso es conocido como electrólisis. Pero esta vez, los electrodos de la batería era capaces de almacenar mayor energía antes de que se produjera el hidrógeno. Este descubrimiento, liderado por un grupo de investigadores holandeses, es muy valioso para la producción de energías renovables

A día de hoy, las fuentes más conocidas y utilizadas de energía renovable son la eólica y la solar. Ambas tienen el mismo problema: son intermitentes y totalmente impredecibles. Por ejemplo, en el caso de la solar, en el día y durante el verano se logra un excedente de energía. Sin embargo, en las noches y en los meses de invierno no es posible ni siquiera acercarse a esos niveles de energía.

Mientras, las baterías de níquel-hierro no solo son más resistentes, sino también capaces de almacenar energía a largo plazo. De esta forma, ese tipo de batería puede ayudar a obtener un equilibrio entre la oferta y la demanda de energía renovable eólica y solar.

Ventajas de las baterías de níquel-hierro

Otra ventaja importante de las baterías de níquel-hierro, además de crear hidrógeno, es que su mantenimiento es muy barato y, como ya analizamos, son muy duraderas. Además, los metales con los que se construye este tipo de baterías (hierro y níquel) abundan más que, por ejemplo, el cobalto, el cual se emplea para confeccionar baterías convencionales. A todo esto se agrega que, a diferencia del litio, ni el hierro ni el níquel producen grandes volúmenes de desechos cuando se extraen. Por tanto, contaminan menos el medio ambiente.

El principal producto que generan las baterías es el hidrógeno, pero no el único. Ellas también logran generar metanol y amoníaco. Estas sustancias se emplean mucho en determinadas industrias.

En la actualidad, las mayores baterías existentes de níquel-hierro son de 15 kW / 15 kW h, capaces de almacenar suficiente hidrógeno para producir energía a largo plazo para 1.5 hogares. No obstante, los científicos de Países Bajos están trabajando en versiones superiores, de hasta 30 kW / 30 kW h.

No es arriesgado afirmar que las baterías de níquel-hierro contribuirán, en un futuro no lejano, a agilizar la transición en varios países del mundo de los combustibles fósiles hacia las energías renovables.