La energía eólica, considerada una de las principales soluciones para combatir el cambio climático y reducir las emisiones de carbono, enfrenta uno de los momentos más críticos en Estados Unidos. Desde el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, una serie de medidas ejecutivas han puesto en jaque a esta industria, que ya enfrentaba retos significativos.
Con decretos que frenan los permisos y financiaciones federales, Trump ha puesto a prueba la capacidad de resistencia de un sector que, a pesar de su importancia estratégica, está atrapado entre la polémica política y las realidades económicas.
Las decisiones de Trump: golpe al corazón de la energía renovable
El 20 de enero, apenas horas después de asumir el cargo, Trump firmó una orden ejecutiva que congeló temporalmente los permisos para proyectos de energía eólica, tanto terrestres como marítimos, en tierras y aguas federales. Esta decisión también detuvo la concesión de préstamos federales y subsidios destinados a esta industria.
“No haremos esto del viento”, declaró Trump, justificando la medida con argumentos cuestionables, como que las turbinas eólicas son “feas”, “matan aves” y “deterioran los paisajes”. Además, acusó a esta tecnología de depender en exceso de subsidios y de ser manufacturada mayoritariamente en China.
Si bien las críticas del exmandatario no son nuevas, esta ofensiva llega en un momento delicado para el sector. La declaración de una emergencia energética nacional por parte de Trump, combinada con su intención de priorizar los combustibles fósiles, plantea interrogantes sobre las contradicciones entre sus políticas y los objetivos globales de sostenibilidad.
Energía eólica, un sector ya bajo presión
Incluso antes de estas medidas, la industria eólica en Estados Unidos enfrentaba desafíos. Las altas tasas de interés dificultan la financiación de nuevos proyectos, mientras que las comunidades locales han expresado su oposición a la instalación de granjas eólicas, citando preocupaciones ambientales y paisajísticas.
El impacto más severo se espera en el sector de la energía eólica marina, que depende en gran medida de permisos federales. Estados como Rhode Island y Massachusetts habían liderado el desarrollo de esta tecnología, pero ahora enfrentan la posibilidad de retrasos indefinidos. Por su parte, los proyectos terrestres, al estar mayoritariamente en terrenos privados, podrían ser menos vulnerables a las restricciones federales, aunque no quedan exentos de la incertidumbre.
Impacto económico inmediato de las empresas de energía eólica
Las medidas anunciadas ya han tenido consecuencias tangibles. Las acciones de grandes empresas de energía renovable, como Ørsted, han registrado caídas significativas en la bolsa. En enero, esta compañía danesa, líder mundial en energía eólica marina, reportó una devaluación de su negocio en Estados Unidos por valor de 1.620 millones de euros, citando los elevados costos de interés y la incertidumbre del mercado.
A nivel local, asociaciones como la American Clean Power Association (ACP) han advertido que estas políticas podrían encarecer las facturas de electricidad en estados que dependen de la energía eólica, como Iowa y Texas. Estos estados, irónicamente conservadores y en su mayoría alineados políticamente con Trump, podrían enfrentar costos energéticos más altos debido a la paralización de nuevos proyectos.
La paradoja de la emergencia energética
Uno de los puntos más criticados por expertos es la declaración de Trump de una emergencia energética mientras frena una fuente de energía limpia y barata como la eólica. En 2023, esta tecnología representó el 10% de la generación eléctrica del país, superando con creces a la energía solar. Además, el costo promedio de generación de electricidad con turbinas terrestres osciló entre 27 y 73 dólares por megavatio-hora, mucho menos que el carbón o la energía nuclear.
Reacciones internacionales y futuras
El efecto Trump también se ha dejado sentir en Europa, donde algunos países han comenzado a cuestionar las estrictas normativas ESG (ambientales, sociales y de gobernanza corporativa). Francia y Alemania han liderado la presión para relajar estas regulaciones, argumentando que afectan la competitividad empresarial en un contexto de crisis económica.
Sin embargo, expertos como Alberto Andreu, de la Universidad de Navarra, creen que el impacto global de estas políticas será limitado. “Muchos países, como China, han adoptado las energías limpias como una oportunidad de negocio y no retrocederán”, asegura.
Un futuro incierto, pero no desesperanzador
A pesar de las turbulencias, algunos analistas son optimistas sobre el futuro de la energía eólica. La demanda de energía limpia sigue creciendo, impulsada por el auge de tecnologías como la inteligencia artificial y la electrificación del transporte. Además, los créditos fiscales federales para proyectos renovables, establecidos bajo la administración anterior, siguen vigentes, lo que podría amortiguar algunos de los efectos negativos.
La industria eólica enfrenta un momento decisivo. Las políticas de Trump han encendido una tormenta que podría redefinir su futuro en Estados Unidos, pero también han puesto de relieve su importancia estratégica en un mundo cada vez más dependiente de soluciones sostenibles. El tiempo dirá si la energía eólica logra superar este desafío o si sucumbe a las fuerzas de una política que parece mirar al pasado en lugar de al futuro.